Hace una semana, el INEGI publicó la cifra del Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE), correspondiente al mes de agosto. (El IGAE es un indicador que se interpreta como una aproximación adelantada de la trayectoria del PIB). Algunos analistas destacaron su ligera caída en relación con el mes anterior, después de un trimestre de pequeñas alzas; otros se ocuparon de desmenuzar el dato en sus componentes sectoriales.
Todo ello es muy interesante relevante para el corto plazo. Por ejemplo, con base en la información ya acumulada en ocho meses, la que agregan ciertas consideraciones sobre diversos factores influyentes, hay quienes reafirman su "pronóstico" de un crecimiento del PIB real en 2024 de apenas 1.5% (o quizás un poco más bajo).
Una ojeada retrospectiva al curso de la IGAE a lo largo de los casi 10 años más recientes, sirve para poner de relieve, una vez más, la debilidad del crecimiento económico de México. En ese periodo, la tasa promedio anual de aumento fue de sólo 1.3%. Más cerca en el tiempo: entre agosto 2018 el mismo mes de este año, la variación promedio anual fue sólo 0.7%. (Véase la gráfica este respecto).
En cuanto al horizonte inmediato, digamos 2025, es difícil ser muy optimista.
¿Por qué? Por varias razones, entre las que se pueden destacar las siguientes: 1.- La desaceleración "previsible" de la economía de Estados Unidos (hasta ahora refutada por la realidad). 2.- La casi segura moderación del gasto público. 3.- La incertidumbre generada por las reformas a la constitución, 4.- La necesaria permanencia de tasas de interés reales relativamente altas. Esto último puede parecer excesivo, pero, en mi opinión, se explica por la recurrencia de una inflación alta en los servicios y por las presiones inminentes sobre los costos laborales (alza de dos dígitos en el salario mínimo; reducción de la jornada de trabajo).
Está de moda destacar la importancia de las instituciones en el desarrollo económico de las naciones. Sin embargo, el tema no es nuevo. A manera de ejemplo, es oportuna una cita larga de un libro de Douglass North (Premio Nobel, 1993): "La historia económica de Estados Unidos se ha caracterizado por un sistema político federal, pesos contrapesos y una estructura básica de derechos de propiedad que ha estimulado la existencia de contratos de largo plazo, esencial para la creación de mercados de capital y para el crecimiento económico... En contraste, la historia económica de América Latina ha perpetuado las tradiciones centralizadas y burocráticas de su herencia española portuguesa". (Institutions, Institutional Change and Economic Performance. Cambridge University Press, 1990).
North cita, su vez, a John Coatsworth, quién caracterizó el entorno institucional de México en el siglo XIX en los siguientes términos: "La naturaleza intervencionista dominante del marco institucional forzaba todas las actividades, urbanas o rurales, operar en una forma altamente politizada.
El éxito el fracaso en la arena económica dependió siempre de la relación entre el productor las autoridades políticas... La empresa pequeña.. excluida del favor político, estaba obligada operar en un estado permanente de semiclandestinidad, siempre al margen de la ley, merced de algún funcionario menor y nunca salvo de actos arbitrarios..." ("Obstacles to Economic Growth in Ninetheenth-Century Mexico". The American Historical Review, 1978). "Lo que fue, eso será... nada nuevo hay bajo el sol" (Eclesiastés, pesimista bíblico).
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.