La tinta roja fiscal perenne... en EE. UU.

Artículo publicado en la sección Glosas Marginales del periódico Reforma

Más gasto, como siempre

Apenas en la madrugada del 23 de marzo terminó en Estados Unidos el espectáculo recurrente del debate legislativo sobre el gasto del gobierno federal. Se llegó a un acuerdo consistente en un "paquete" de 1.2 trillones de dólares. (En Estados Unidos, un trillón es un uno seguido de doce ceros.) Se evitó así el "cierre" parcial del gobierno. El hecho no satisfizo del todo a ninguno de los participantes, pero tanto Republicanos como Demócratas se adjudicaron "victorias", es decir, el logro de canalizar recursos a sus programas favoritos. El proceso tuvo costos políticos importantes, pero parece que despejó el panorama para que los senadores y los representantes se ocupen de lo que de veras les interesa: las elecciones por venir.

La discusión se centró en la composición de las erogaciones en el corto plazo, pero el tema es mucho más relevante si se enfoca históricamente en la situación de las finanzas públicas.

Para empezar, vale notar que el gobierno ha mostrado sistemáticamente un déficit desde 2002, es decir, un exceso de gastos con respecto a los ingresos. El año pasado, el desequilibrio llegó a 1.7 trillones de dólares - -una cifra difícil de apreciar en su magnitud absoluta- -. Vale agregar que el monto citado fue más de 2 trillones superior al registrado antes de la pandemia.

Quizá sea más ilustrativo expresar el déficit en relación con el tamaño de la actividad económica (el PIB). Así se muestra en la gráfica adjunta, la cual se elaboró con datos anuales, a partir de 2007. Los referentes a este año y al siguiente son estimaciones oficiales.

A mi juicio, lo más destacable de la gráfica consiste en los dos "valles" que presenta: uno en 2009 y el otro en 2020. En ambos casos, el crecimiento extraordinario del déficit fue consecuencia del aumento abrupto del gasto público, cuyo propósito fue contrarrestar la caída de la actividad económica provocada, respectivamente, por la crisis financiera global del 2008 y por el COVID-19. Pasadas las contingencias, el déficit se redujo, pero sólo para retomar luego su tendencia general al deterioro.

De paso, es importante notar que en 2023 casi 36% del gasto total se integró con sólo dos partidas (Medicaid, Social Security), una manifestación numérica del Welfare State. Otro renglón importante fue el pago de intereses (neto), de cerca del 11%, un resultado de la carga del endeudamiento, derivada a su vez de la recurrencia de los déficits.

Así pues, en un reporte reciente, la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, siglas en inglés) advierte lo obvio: sus proyecciones indican que los déficits, la deuda consecuente y los intereses inevitables minarán la inversión, el crecimiento económico y, por tanto, los ingresos de la población. Plantea, en consecuencia, una reforma fiscal a fondo. Frente a las presiones políticas, creo que se trata de "una voz que clama en el desierto" (Mateo, 3:3). El camino no se va a enderezar hasta que ocurra una crisis. Desde luego, el presidente Biden quiere aumentar los impuestos.

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Humildad cambiaria

Alrededor del mundo, quizá millones de horas de análisis - -y de "corridas" de computadoras- - se emplean en tratar de "pronosticar" los tipos de cambio, sin resultado positivo. Lo cierto es que el precio de los activos financieros, incluyendo el de las monedas, es impredecible.

A ese respecto, aquí va una cita ejemplar por su franqueza y veracidad: "Nadie puede predecir con gran confianza cómo se moverá una moneda a lo largo de un periodo de tiempo dado - -si se apreciará o se depreciará y, menos todavía, en cuánto- -... aunque podemos identificar factores clave que es probable que influyan sobre los movimientos de los tipos de cambio en el corto y en el largo plazo". (A Concise Guide to Macroeconomics, David A. Moss, profesor de macroeconomía en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard.)
 

El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

 

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