La (des)confianza del consumidor

Artículo publicado en la columna “Glosas Marginales” de Reforma

El 20 de junio, el New York Times (International Weekly) publicó, en primera plana, un artículo donde nos enteró que el futuro "luce sombrío para muchos" en Estados Unidos. ¿Cómo llegaron los autores a tal conclusión? Se basaron en "entrevistas con más de dos docenas de electores en estados clave, republicanos, demócratas e independientes, de diversas edades, razas y clases sociales". ¿Dos docenas? Yo no soy estadístico, pero es obvio que una muestra de tamaño tan limitado, que abarcó tan diversos tipos de personas, es imposible que haya sido representativa.

Además, con todo respeto, el esfuerzo era innecesario. ¿A qué otra conclusión se podría llegar cuando la economía se caracteriza por una depresión de la producción y del   empleo; cuando las vacilaciones (contradicciones) de los expertos propician la inquietud sobre el curso de Covid-19 en lugar de disminuirla; cuando los líderes fomentan la polarización; cuando lo "políticamente correcto" sustituye al juicio moral individual; cuando la población sabe y siente que las instituciones básicas --las reglas del juego-- están  siendo socavadas; cuando, en fin, una especie naturalmente gregaria es obligada a un confinamiento prolongado?

Me parece que el NYT pudo ahorrarse la deficiente encuesta mencionada, y recurrir en su lugar a un indicador muy revelador, que tiene muchos años de publicarse. Me refiero al Índice del Sentimiento del Consumidor, que prepara la Universidad de Michigan. Para decirlo en breve: en el curso de sólo dos meses, de febrero a abril de este año, el índice   se desplomó 29% (su trayectoria reciente se presenta en la gráfica). Claro, ese dato abstracto no tiene los nombres y apellidos que el diario usa siempre como recurso para  sus reportajes. Así pues, carece de melodrama, pero no de relevancia.

La ilustración reitera lo obvio: la confianza del consumidor se abatió con el impacto del virus y, quizá con mayor razón, con el "coma inducido" que el gobierno recetó a la actividad productiva. Y ello, a pesar del extraordinario paquete de estímulo fiscal puesto en práctica por el gobierno federal.

En este punto, cabe una nota positiva. De acuerdo con un instituto de investigación (ECRI), la recesión en curso es profunda y amplia, pero será relativamente breve, terminando quizá con el verano. Aunque hay algunos datos que fundamentan esta expectativa, eso no quiere decir que el repunte será rápido, ni generalizado. No obstante, la mejoría se traducirá tarde o temprano en un cambio favorable en la percepción de los consumidores.

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En México, el INEGI publicó la semana pasada el Indicador de Confianza del Consumidor, con la cifra correspondiente a mayo. Ese dato, y el referente a abril, se obtuvieron por medio de encuestas telefónicas y, en consecuencia, según se aclaró, no son rigurosamente comparables con los previos. Como quiera, la dirección que señalan es indudable: hacia abajo, en forma pronunciada.

En el pasado inmediato, la contracción del indicador se inició en marzo 2020, como apunta la flecha continua. Sin embargo, el comienzo de la declinación parece anterior a esa fecha, y quizá podemos ubicarlo allá por el inicio de 2019 (eso es lo que sugiere la flecha punteada).

Lo sucedido es explicable. Supongo que el deterioro mencionado ha sido consecuencia, en el corto plazo, de la calamitosa pérdida de empleos productivos. ¿Cómo se puede confiar en el futuro, si la vuelta a la "normalidad" económica (al trabajo, a los ingresos) está condicionada a decisiones gubernamentales que no permiten identificar un diseño claro, y que están insertas en un horizonte difuso, que se alarga repetidamente?

La incertidumbre mina la energía y frustra las aspiraciones de la población. No es el mejor entorno para el bienestar, ni actual ni futuro.

Publicado originalmente en Reforma.

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