La declaración de Berlín vs el Consenso de Washington

Artículo publicado en la sección Glosas Marginales del periódico Reforma

Hace poco más de un mes, un numeroso grupo de economistas --algunos notables-- se reunió en lo que llamaron, con modestia, La Cumbre de Berlín. Su propósito era diagnosticar los males económicos, políticos y sociales del mundo.

Como resultado de sus discusiones, emitieron un comunicado de unas cuantas páginas (tres), que denominaron Declaración de Berlín (DB, de aquí en adelante).

Tres de los participantes en La Cumbre, Dani Rodrik (U Harvard); Laura Tyson (UC Berkeley) y Thomas Fricke (Forum New Economy), publicaron al respecto un artículo en Project Syndicate, con un titulo provocativo: "Del Consenso de Washington a la Declaración de Berlín". En uno de sus párrafos, se afirma que la intención de DB es sustituir las obsoletas creencias (shibboleths) pro-Mercado del Consenso, con un nuevo paradigma --mismo que resultó, sin duda, pro-Estado. Vale aclarar que el Consenso (1989) se resumió en un decálogo destinado a enfrentar sólo las crisis económicas de los países subdesarrollados.

El problema principal, dice DB, es la insatisfacción de la gente con el estado de cosas, impulsada por la experiencia de una pérdida de control sobre su propia vida y sobre los cambios sociales. Esta percepción se ha agudizado con los choques representados por la globalización, los avances tecnológicos, la inflación y el cambio climático. Frente a ello, concluye DB, ha surgido la amenaza de políticas populistas, que ofrecen soluciones simples.

En respuesta contrastante, la DB sugiere su propia agenda de acciones, aunque acepta (sic) que "no tiene respuestas definitivas".

Esto último es un toque de realismo, porque la Historia Universal no registra, hasta hora, caso alguno de "respuestas definitivas" a las enfermedades sociales.

De paso, advierte DB, décadas de una globalización mal manejada, de una confianza excesiva en la autocorrección de los mercados y de austeridad (fiscal) "han erosionado la capacidad de los gobiernos para responder a las crisis con efectividad".

En lo que toca la austeridad, no sé cómo la definió DB, porque las estadísticas de la OCDE no muestran tal cosa. De hecho, lo largo de los veinte años más recientes, tanto en los principales países de Europa (Francia, Alemania, Italia) como en Canadá y en Estados Unidos, el gasto público ha aumentado en forma significativa, hasta representar más de la mitad del PIB, o muy cerca de ello. Si la capacidad de los gobiernos para enfrentar crisis se ha erosionado, no ha sido por falta de recursos, sino por la naturaleza errada de sus políticas públicas.

Específicamente, DB listó nueve cosas que (sic) "necesitamos hacer". En lo que sigue me ocupare de sólo dos de sus componentes, que me parecen particularmente discutibles. La próxima semana comentaré otros dos.

1.- Hay que reorientar las políticas y las instituciones, dice DB, para enfocarlas a la creación de prosperidad compartida y empleos de calidad, en lugar de perseguir sobre todo la eficiencia.

Con franqueza, tal sugerencia me resulta incomprensible. Reducir la ineficiencia se traduce por lógica en un aumento de la producción disponible para elevar el bienestar de la población, e implica sustituir empleos de baja productividad por otros que la incrementan.

2.- DB propone (sic) "diseñar una forma más sana de globalización, que balancee las ventajas del comercio libre con la protección de los vulnerables... y permita el control nacional de los intereses estratégicos".

AsÍ fraseada, la propuesta es ilusoria: ¿de veras hay quien pueda, individual o colectivamente, "diseñar" un fenómeno económico, político y social del alcance y la complejidad de la globalización? A lo más que se puede aspirar es establecer con claridad respetar "las reglas del juego"; lo demás será resultado de la reacción de los participantes.

Desde luego, es importante auxiliar a los afectados por el proceso, pero con la intención de ayudarlos a reubicarse en el sistema ecnómico, no a inmovilizarlos en una posición superada por la realidad. Por último, me temo que control nacional de los intereses estratégicos" no es otra cosa, por lo común, que proteccionismo económico disfrazado de conveniencia nacional.

En suma, DB es un ejemplo más de un blueprint elaborado por académicos con pretensiones de ingenieros sociales.


El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

Ir a opinión
EGADE Ideas
in your inbox