La crisis y las explicaciones

Artículo publicado en la columna Glosas Marginales del periódico Reforma

La Historia nos enseña que las crisis crean un ambiente propicio para la emisión de medias verdades económicas, cuando no de falacias patentes. La crisis en curso no ha sido la excepción. Aquí va una muestra mínima de algunas de las más flagrantes.

1.- El problema de la insuficiencia de transporte marítimo, dicen los expertos en logística, ha dado lugar a un aumento extraordinario del costo del envío de contenedores entre Asia y Estados Unidos --para citar un ejemplo--. Así ha sido, en efecto. Sin embargo, algunos de ellos agregan que ese costo alzado será transmitido "inevitablemente" a los comerciantes y, entonces, a los consumidores, en la forma de un incremento de precios. ¿"Inevitablemente"? No. La conclusión es cuestionable. A nivel microeconómico (de empresa, de producto), el resultado dependerá de la reacción de la cantidad demandada frente al mayor precio pretendido. A nivel macroeconómico (la economía en su conjunto) un traspaso generalizado de costos a precios sólo será posible si la "demanda agregada" lo permite.

En general, si el aumento de precios no tuviera límites, las empresas lo harían a discreción, sin necesidad de un impulsor distinto que la posibilidad de aumentar sus utilidades.

2.- Frente al cuello de botella de los puertos (Long Beach en particular) y a la vista de un número anormal de barcos esperando turno para descargar, un mercantilista accidental ha ofrecido una solución: consumir sólo lo que se produce en Estados Unidos.

En otras palabras, como los bienes extranjeros no pueden entrar al territorio estadounidense, hay que sustituirlos con bienes nacionales. Desde luego, si David Ricardo viviera estaría muy molesto viendo como su teoría de las ventajas comparativas es ignorada, en favor de un aparente "sentido común" ilógico.

La sugerencia aludida implica desechar los beneficios del comercio internacional, suponiendo dos elementos improbables: a) que la oferta interna puede suplir en el corto plazo la falta de productos extranjeros; y, b) que ello se puede hacer con eficiencia.

3.- El repunte global de la inflación, según se declara, es consecuencia del vigor de la demanda, que presiona una oferta limitada por circunstancias temporales, como la ruptura de las cadenas de abasto, la escasez de personal y la rigidez de algunos mercados. Se concluye que esta situación tenderá a la normalidad eventualmente, de manera que la postura monetaria adecuada debe caracterizarse por una prudente paciencia.

Dicho consejo es debatible, por lo menos. El ascenso reciente y abrupto de los índices generales de precios no va a ser seguido por una contracción equivalente. En consecuencia, el consumidor sufrirá sin remedio una reducción de su poder adquisitivo. Analíticamente, quizá es sustentable sugerir paciencia, pero hay que admitir que ello tiene costos, sobre todo para las personas de más bajos ingresos.

Mientras se destraba la oferta, me parece que no hay otra política apropiada que la moderación de la demanda. Esto es, una reducción de la enorme laxitud monetaria y una reconsideración de la postura fiscal ultra expansiva. En estos dos aspectos, pienso que la actitud del Fed y de la administración Biden es la opuesta de la conveniente.

En todo caso, en relación con la inflación, vale recordar una frase que tiene categoría de clásica: "la inflación es siempre, y en todas partes, un fenómeno monetario".

4.- Con frecuencia, las explicaciones de la inflación, a nivel nacional, aseguran que se origina en "factores externos". Por tanto, se arguye que no hay mucho que se pueda hacer al respecto.

El problema con el razonamiento anterior es muy simple: si en todos los casos la inflación viene "de afuera", entonces vale preguntar, con asombro: ¿de dónde procede?

El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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