Hacia una cultura del crecimiento económico: un repaso

Artículo publicado en la sección Glosas Marginales del periódico Reforma

Si la memoria no me falla, creo que allá por marzo de este año publiqué en estas páginas un comentario breve que pretendió seguir las líneas centrales de un libro de Joel Mokyr (A Culture of Growth). Me ocupo otra vez del tema por dos razones:

  1. Porque, como señalé hace una semana, el crecimiento económico de México ha sido mediocre -y no se perfil para mejorar en forma significativa y sostenida-.
  2. Porque está (casi) en plenitud el proceso de la sucesión presidencial.

No voy a abundar sobre lo primero: el problema es viejo y de sobra conocido. Acerca de lo segundo, resulta que, aunque todavía no se inicia formalmente la carrera (!), me parece que ya se han publicado algunas ideas sueltas -pero no lo que podría llamarse la propuesta de un programa de gobierno- (a menos que se califique como tal la oferta de una de las posibles candidatas, consistente en extender lo hecho durante el pasado reciente).

Sea como fuere, creo que es oportuno retomar lo básico de las tesis de Mokyr, con la esperanza de que sus criterios sirvan al menos para evaluar lo que eventualmente nos presentarán los políticos. Aclaro que lo referente a México es de mi cosecha, por supuesto. Mokyr es inocente.

Para empezar, es indispensable la convicción de que el progreso económico es posible, dejando de lado la noción simplista de que su generalización enfrenta obstáculos insuperables.

Luego, hay que adoptar como uno de los valores sociales clave la creencia de que el progreso económico es deseable, lo que implica abandonar tanto las actitudes conformistas como la postura pesimista de que el avance se consigue sólo a costa del deterioro, entre otras cosas, del medio ambiente.

En este punto, copio a la letra un párrafo pertinente, que tomo del artículo referido antes: "La noción de que el progreso es posible y deseable no ha ignorado la importancia de cuestiones claves como ¿qué clase de progreso se plantea?; ¿para qué?; ¿por qué medios se logrará?; ¿progreso para quién?; ¿qué tipo de instituciones lo acompañarán para atenuar las dislocaciones que traerá el crecimiento económico?, etc. Todas debatibles...".

Con tales fundamentos, el siguiente paso implica lo obvio: crear (o recrear) una agenda de cambios. Desde luego, la guía en cuestión, para ser viable, debe inscribirse en un marco actualizado y franco de la realidad política, económica y social de México. Partir de una visión catastrofista (todo está muy mal) o de una percepción idealizada (todo está "requetebién") sería infructuoso.

Hecho lo anterior, que es apenas la estructura, habría que detallar las reformas que compondrían la agenda y, lo más técnico, la concreción de las propuestas.

La parte verdaderamente difícil de todo lo apuntado sería organizar y llevar a efecto la acción política imprescindible para la puesta en práctica del programa concebido. (Ese ámbito complejo es terra ignota para este escribidor).

Para terminar, intentando darle un asomo de contenido a lo comentado, se me ocurren dos ejemplos de reformas generales, que pueden concitar un mínimo de consenso político:

  1. Someter los rubros más importantes del gasto público a un estricto y necesario análisis de costo-beneficio económico-social, esto redundaría en mayor eficiencia en el uso de los recursos, fortalecería las finanzas pública y propiciaría el crecimiento.
  2. Racionalizar el inmenso, gravoso y creciente sistema de regulaciones, que caracteriza a los tres niveles de gobierno, con ello, se reducirían las distorsiones microeconómicas existentes y se alinearían positivamente los incentivos para la actividad productiva, de paso, se reducirían las oportunidades para la corrupción.

 

El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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