La siguiente es una cita literal de un artículo publicado en una prestigiada revista internacional - -de cuyo nombre prefiero no acordarme- -: "En términos gruesos, la inflación resulta de alguna combinación entre los choques de oferta, la fortaleza de la demanda y las expectativas de inflación. Los choques de oferta son típicamente de corto plazo y transitorios, mientras que la fortaleza de la demanda se promedia a lo largo del ciclo. Sólo los cambios en las expectativas de inflación tienen efectos permanentes sobre la inflación”.
A mi juicio, la nota en cuestión merece algunos comentarios aclaratorios:
1.- Los choques de oferta generan un alza de ciertos precios en relación con otros, pero, precisamente porque tales eventos son temporales y específicos, no califican como causa de la inflación, que es un alza significativa y recurrente de los precios en general - -al parecer, nunca es suficiente repetir esa distinción- -.
2.- En efecto, la demanda privada se debilita en la etapa de recesión de un ciclo, y se fortalece en la fase del auge. Sin embargo, el promedio al que alude el artículo simplemente no ocurre. ¿Por qué? Porque el gasto gubernamental crece como medida contra-cíclica, pero no regresa a su ritmo previo cuando la economía recupera su vigor.
3.- Atribuir las variaciones duraderas en la inflación a los cambios en las expectativas es un razonamiento peculiar: equivale a afirmar que los altibajos de la inflación son consecuencia de las opiniones del público (consumidores, inversionistas, empresas, etcétera). En otras palabras, que el Gobierno no tiene responsabilidad en el fenómeno.
El artículo referido desatendió lo principal: allá por 2020, el Fed cambió su estrategia monetaria y decidió dejar que la inflación excediera su meta de 2 por ciento durante un periodo cuya duración que nunca especificó. La pretensión era reducir el desempleo. Esa política "acomodó" (financió) el gasto gubernamental deficitario y facilitó la difusión de los incrementos de precios asociados con las dislocaciones de la oferta. El resultado inevitable ha sido la extraordinaria inflación en curso.
Lo que está sucediendo hay que atribuirlo a los errores en las políticas públicas, no a las suposiciones o perspectivas de los agentes económicos privados.
Una nota de prensa reciente reproduce las declaraciones de Janet Yellen y de Ben Bernanke, donde advierten al público sobre la creciente probabilidad de una "estanflación". Se trata de dos personajes muy destacados, que han sido la cabeza del Fed, el banco central de Estados Unidos. Yellen es, como se sabe, la actual titular del Departamento del Tesoro.
Extrañamente, ninguno de los dos prominentes exbanqueros se refirió en sus comentarios a la naturaleza de la política monetaria seguida por el Fed en años pasados. En específico, omitieron señalar la extraordinaria laxitud que la ha caracterizado.
Una de las definiciones estándar del dinero en la economía de Estados Unidos se conoce con el símbolo M1, y consiste en la suma de billetes y monedas en poder del público, depósitos a la vista en la banca y otros activos financieros líquidos.
En lo que toca dicha variable, lo sobresaliente es el enorme incremento monetario ocurrido a partir de la primavera de 2020. En términos gruesos, M1 se multiplicó casi por cinco. La intención de la medida fue ayudar a la economía a sobrellevar el impacto del Covid-19. Sin embargo, la expansión ha continuado, aunque la actividad económica ha mostrado ya un evidente vigor; i.e., pleno empleo en el mercado laboral.
Uno de los efectos intencionales de esa desmesurada liquidez fue la reducción de la tasa de interés nominal de corto plazo (llevándola al terreno negativo en términos reales). (Gráfica)
Con tal laxitud de la política montaría, lo que sorprende no es que haya inflación, sino que no sea más alta. De paso, hay que aclarar que los aumentos recientes de la tasa de interés por parte del Fed no implican todavía una postura restrictiva.
La recesión, si ocurre, significará en lo fundamental la corrección de las distorsiones financieras y reales creadas por una era de políticas ultra expansivas.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.