Guía económica para extraviados (2)

Artículo publicado en la columna Glosas Marginales del periódico Reforma

Las remesas son mejor que promesas

A lo largo de los doce meses que terminaron en marzo 2022, los ingresos por remesas sumaron cerca de 53,500 millones de dólares. En el primer trimestre de este año, las remesas representaron el 15.3% de la masa salarial de los trabajadores emigrantes, según los datos y los análisis siempre pertinentes de Jesús Cervantes (CEMLA).

Tales cifras impresionantes, y otras similares, han llevado a algunos comentaristas a aseveraciones sin sustento. Se dice, por ejemplo, que las remesas aumentan las reservas de divisas de Banxico. No es así. Los cambios en dichas reservas dependen básicamente de las operaciones netas de Pemex, y de las transacciones financieras con el exterior del gobierno federal. Los ingresos por remesas se manejan por entero en el mercado de divisas privado.

Se dice también que las remesas fortalecen las finanzas públicas. Esto es cierto, pero sólo indirectamente, cuando las familias receptoras de los envíos los gastan en consumo, por ejemplo, y sus compras son objeto del IVA y de otros impuestos similares. Nada más, que yo sepa.

Por último, y esto es lo más importante. Las remesas son simplemente el dinero que los trabajadores mexicanos migrantes envían a los familiares que dejaron en el terruño. Constituyen una muestra de su sentido de responsabilidad. En términos económicos, son ingresos derivados de la exportación de mano de obra. Y son una prueba palpable de la inmensa capacidad de absorción productiva de la economía capitalista de Estados Unidos. En marzo de este año, los migrantes referidos sumaron algo así como 7 millones 300 mil personas; el equivalente a más de la tercera parte de los trabajadores registrados en el IMSS.

En los países pobres resulta muy "progre" criticar la naturaleza del sistema económico estadounidense. Sin embargo, para todos ellos ha sido imposible emular sus logros, usando fallidos modelos alternativos, prometedores utópicos de éxitos siempre elusivos.

La autarquía es empobrecedora

En 1776, Adam Smith propuso una explicación del crecimiento económico que sigue siendo válida. El origen del progreso, dijo, está en las ganancias de productividad derivadas de la especialización y del comercio, fincadas en la división del trabajo y en la expansión de la economía de mercado. De ello eso hacen ya casi 250 años, y su lección no se ha aprendido del todo, a pesar de haber sido repetida por decenas de miles de profesores y, sobre todo, avalada por la incontestable experiencia mundial.

Específicamente, la política de comercio exterior de México sufre de una forma de neurosis, si se me permite la analogía.

Por un lado, el gobierno actual ha ratificado un acuerdo (modernizado) de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. El T-MEC es la pieza clave de las transacciones de mercancías y servicios con el exterior.

Por el otro, el mismo gobierno ha introducido cambios legislativos específicos que están claramente en conflicto con los preceptos del acuerdo citado (Ildefonso Guajardo dixit).

Más todavía: preocupado recientemente por la resurgencia de la inflación, el régimen ha (re)iniciado una política cuyo propósito es fomentar la autosuficiencia nacional en materia de alimentos y de energía. Esta orientación choca de frente con una noción clásica de economía: la Ley de la Ventaja Comparativa, inventada por David Ricardo en 1817. Empeñarse en producir internamente lo que se puede obtener en el mercado externo a un costo relativo más bajo, es una garantía de empobrecimiento. (En contraste, la ofrecida reducción de aranceles es un punto positivo).

Algo similar a lo anterior puede decirse de la idea de producir para el autoconsumo, con la intención de hacer frente a la inflación. No voy a probar lo ilógico de esta noción. Basta con que el lector haga el experimento mental de plantar un limonero en su (imaginario) jardín, con la intención de evitar, tres o cinco años después, el impacto del alza actual del precio de los limones en el super.

Está claro, dicen los críticos, que la especialización se traduce en interdependencia. Pues sí, eso va junto con la eficiencia. No hay "lonche" gratis.

El autor es profesor de Economía en EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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