Guía económica para (extranjeros) extraviados (10)

Artículo publicado en la columna Glosas Marginales de Reforma

Una senadora estadounidense advirtió hace poco, a su nación y al mundo, que "los aumentos de la tasa de interés del Fed están en riesgo de empujar la economía a una recesión".

Por esta época, el dicho senatorial ya es un lugar común, habiendo sido manifestado en muchas ocasiones por otros opinadores, y también por verdaderos conocedores de la materia.

Es cierto, por supuesto, que el alza repetida de la tasa de interés de referencia del banco central de EE. UU. puede provocar una atonía económica, e incluso una recesión.

El problema con la opinión citada es que se enfoca en lo coyuntural e ignora la raíz de la cuestión. A este respecto, va enseguida un breve comentario, que tiene pretensiones aclaratorias, y que mezcla historia y teoría.

Como respuesta al impacto económico negativo de la pandemia, el Fed redujo su tasa de interés a niveles históricamente bajos, y la mantuvo por más tiempo del apropiado. En el proceso, creó gravísimas distorsiones en los mercados tanto de valores como de bienes y servicios. Específicamente, propició el aumento de los precios de los activos, entre otros, de las acciones y de las viviendas. ¿Por qué?

La razón es asunto de sentido común y de aritmética. Se supone que el precio de la acción de una compañía cualquiera es igual al flujo estimado de sus utilidades futuras, expresadas en su "valor presente" (un dólar hoy vale más que un dólar, digamos, de aquí a cinco años). Para calcularlo, se utiliza una tasa de interés. Entre más baja es la tasa de interés (el precio del tiempo, dice un autor), mayor es el valor en cuestión. Si la tasa referida se fija artificialmente cerca de cero por el banco central, el valor resultante se eleva también en forma artificial y desmesurada.

Empero, tarde o temprano, la tasa manipulada tiene que "normalizarse". Eso ocurre por lo común cuando, como ahora, la inflación se desborda. Y se manifiestan entonces las distorsiones aludidas antes. De ahí el "ajuste" reciente del mercado accionario.

Veamos el caso de las viviendas. En el cuarto trimestre de 2018, el precio promedio de las viviendas nuevas fue 381,000 dólares; en el tercer trimestre del año pasado, el precio en cuestión fue 540,000 (FRED, Saint Louis). Vale notar, sin embargo, que, de acuerdo con el dato más reciente (octubre) del Índice Nacional Case-Shiller, el precio ya pasó su máximo hace un par de meses. Esto último se acomoda bien con el hecho de que, durante el tercer trimestre del año pasado, se vendieron en promedio mensual 583 mil casas nuevas, el número más bajo desde el cuarto trimestre de 2018. Al parecer, el alza abrupta de la tasa de interés de los préstamos hipotecarios, vinculada al aumento de la tasa del Fed, está provocando lo pretendido: frenar los precios, pero, en el curso de ello, debilitar la actividad económica.

Así pues, la senadora tiene razón, pero no toda. La fragilización de la economía está asociada a la política monetaria del Fed, pero no sólo a la reciente.

La inflación, desde la Academia

Un conocido profesor de Política Pública en la Universidad de California (Berkeley) ha expresado recientemente varios juicios rotundos sobre las causas de la inflación en curso. Entre ellos, destaco dos que considero particularmente cuestionables: 1.- La inflación es consecuencia de la codicia de las grandes empresas; y, 2.- una muestra de lo anterior es la alegada capacidad de Pepsi de aumentar a discreción el precio de sus refrescos.

Los argumentos anteriores merecen al menos un par de apuntes: 1.- asombrosamente, parece que la codicia empresarial que deplora el académico no existía antes del surgimiento de la inflación; y, 2.- la óptica peculiar del profesor implica que Pepsi desaprovechó hasta hace poco su potencial de generar más (y más) utilidades vía cada vez mayores precios; tal visión omite lo obvio: la inevitable competencia de Coca-Cola.

Concluyo que todo mundo necesita un buen economista, como hubiera dicho G. Stigler.

El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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