En el ensayo anterior (Reforma 26 de dic.) hablé de la paciencia, virtud toral en muchas cosas que deben llevarse cabo para que haya un resultado exitoso casi en cualquier faceta de la actividad humana, y también de cómo ciertos factores han estorbado para que la generación joven pueda cultivarla.
La generación que hoy tiene menos de 40 años (los llamados "Millennials", que son 72 millones de personas en EU y unos 30 MM en México, más otros 69 MM de los Generación en EU y 27 MM en México) tienen la capacidad de hacer con prodigiosa rapidez la búsqueda de todo tipo de información y la conexión con cualquier medio electrónico de comunicación casi en cualquier contexto geográfico y/o tecnológico.
Pero, ¿qué tan importante es que algo quede listo con altísima rapidez? La respuesta más sensata es "muy importante", pues de esa manera puedes competir mejor contra tus adversarios comerciales y lograr llamar la atención de un mayor tráfico de prospectos –y con ello, la captura de la clientela que dará las ventas–.
No obstante, muchas cosas requieren un tiempo extendido para que se cristalicen. Un bebé debe esperar nueve meses para nacer, y en eso no hay prisas. Abraham Lincoln intentó en ocho ocasiones ganar un puesto público hasta que se convirtió en presidente de EU; Thomás Alba Edison probó más de mil focos hasta que el último nos dio la luz incandescente. Einstein, Churchill, Lindbergh, Erhart, Van Gogh, Jordan, Marie Curie, Lady Gaga, Jobs, Gates, Stephen King y muchos personajes exitosos más, son prototipos de la paciencia.
La virtud de la paciencia es indispensable, aunque se agradece también cuando algo llega muy rápido (claro, muchas veces la rapidez viene acompañada de llamaradas cortas y resultados perecederos, como esos artistas que saltan la fama de la noche la mañana, pero su contenido prueba ser de humo, como el caso de las “chicas ketchup” su exitosa canción "Aserejé"). El arte y la ciencia inmortal tomó mucho en consolidarse, como se sabe, por ejemplo, de las cientos de sesiones que los Beatles hicieron en bares de Alemania antes de sus años de gloria.
¿Por qué entonces, con tan valiosas habilidades, tienen los jóvenes un desempeño tan pobre en los mercados financieros en el espectro comparados con sus padres y abuelos? En la primera parte de este ensayo se presenta evidencia estadística de lo anterior y se mencionan tres posibles explicaciones para ello (a saber: corta duración en los trabajos, una costosa brújula moral una disciplina muy porosa en sus inversiones) pero aquí ofrecemos tres adicionales:
4.- El joven promedio comenzó su "vida de inversionista" alrededor del tiempo en que los bonos no daban casi ningún retorno (los bajos 2000) y la bolsa recién se recuperaba del crash dot. com –más el crash del 2008 que le siguió–, por lo que confían poco en los activos de riesgo y son más aversos a él, manteniendo más de sus cuentas en efectivo que otras cohortes.
5.- En los tiempos que siguen (cuando les tocaría atesorar más las generaciones Millennial y Z) los retornos serán mucho menores por la presencia de la inflación y las altas tasas de interés, pues el ciclo financiero debe compensar por los pasados 40 extraordinarios años para la bolsa (7.4% y 6.3% real anual para acciones y bonos), los bonos y las ganancias corporativas.
6.- Nadie había tenido acceso a información financiera en tal volumen y calidad como en la actualidad, las plataformas para invertir son fáciles de usar y ubicuas, así como lo son los fondos indexados de muy bajo costo. Sin embargo el dicho del economista Herbert Simon: "Wealth of information creates poverty of attention" manifiesta el conflicto en los jóvenes para una toma de decisiones efectiva.
La paciencia, como la sabiduría, se adquiere igual que el fitness, con años en el gimnasio y la dieta, no es como abrir la puerta del armario y tomar de ahí un abrigo. Los jóvenes deberán cambiar su filosofía de vida y realizar esfuerzos desproporcionados, pues ni la inercia ni el tiempo juegan a su favor. Ese talante generoso y su mirada infinita deberían ayudar.
El autor es profesor de Economía y Finanzas de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.