Durante el periodo 2002-2022, el tipo de cambio del peso mexicano con respecto al dólar estadounidense ha tenido etapas de relativa estabilidad, pero, en general, su tendencia ha sido a la depreciación. (Gráfica 1). Específicamente, entre enero 2002 y agosto 2022, la cotización pasó de $9.15 a $20.10, es decir, más que se duplicó en un par de décadas. Esto ha sido atribuido, entre otras cosas, a factores fundamentales de largo plazo, como la persistente diferencia de la inflación entre México y Estados Unidos.
En el lapso considerado se notan tres movimientos alcistas pronunciados, que se pueden asociar mayormente con eventos negativos externos, los cuales ensombrecieron las previsiones de los participantes en el mercado de divisas:
1) la ocurrencia de la Gran Recesión Mundial, una crisis financiera y económica que se originó en Estados Unidos, y que hizo temer su transmisión duradera a la economía mexicana;
2) la elección presidencial en Estados Unidos y, específicamente, la extremada retórica crítica del ganador del proceso, Donald Trump, sobre el TLCAN; y,
3) la irrupción de la pandemia Covid-19, y su posible impacto negativo sobre el comercio exterior. Vea gráfica 1
Es importante notar que, en los tres casos destacados, el empeoramiento del tipo de cambio fue causado por el deterioro de las expectativas de corto plazo de los inversionistas sobre la economía mexicana. Una vez que la realidad probó ser menos adversa que la anticipada, el tipo de cambio se apreció en forma notable. Esto pone de manifiesto la importancia de las percepciones volátiles de los participantes en el mercado cambiario que, a su vez, dependen del flujo impredecible de las noticias. A eso se achaca la variabilidad del tipo de cambio -de cualquier divisa, no sólo del peso mexicano-.
La relativa estabilidad de la paridad peso/dólar durante los dos años más recientes, se ha atribuido a la posición favorable de los aspectos fundamentales de la economía mexicana: la ausencia de un desequilibrio externo significativo; cierta peculiar disciplina fiscal que se traduce en un déficit presupuestal manejable; una política monetaria de inclinación anti-inflacionaria; un flujo creciente de remesas; un sistema bancario bien capitalizado; etc.
Sin embargo, en un horizonte previsible cada vez más incierto, se perfilan elementos negativos potenciales, que podrían alterar la situación delineada en el párrafo precedente. Por ejemplo: un error grave de la política monetaria del Fed; una recesión en la economía de Estados Unidos; la prolongación y agravamiento de la guerra Rusia-Ucrania; la resurgencia de la pandemia; y, por supuesto, un conflicto comercial entre México y Estados Unidos en el seno del T-MEC. Vale insistir en que el tipo de cambio se depreciaría con el mero aumento de la probabilidad de ocurrencia de dichos factores.
Finalmente, conviene recordar que, desde el punto de vista de la competitividad externa, lo más relevante es el llamado "tipo de cambio real", que se calcula ajustando el tipo de cambio nominal por los diferenciales de inflación entre los socios comerciales. Esa versión se presenta en la Gráfica 2. También se ha depreciado. Considerar sus implicaciones excedería este espacio. Vea gráfica 2
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.