En la primera entrega, hace unas semanas, mencionábamos que las instituciones son las reglas del juego en toda sociedad, que su evolución explica también la evolución de una nación, en su crecimiento, desarrollo y competitividad y, que la diferencia en la eficacia de ellas explica la riqueza y el avance entre naciones, sobre todo porque reducen la incertidumbre para invertir. Dinamarca es una mejor nación que México, bajo casi cualquier estándar y en su mayoría, esto se debe a la diferencia en sus instituciones.
Mencionamos también que las organizaciones de todo tipo (partidos, iglesias, colegios, empresas) son los jugadores del juego basado en esas reglas y que, cuando se rompen los supuestos de la teoría neoclásica, un país puede avanzar si se da la coordinación y la cooperación humana por el suficiente tiempo, como para que la evolución de las reglas lleve a la eficiencia y las instituciones aunque imperfectas, sigan siendo marco para organizaciones que cooperen entre sí para el bien de la economía y la sociedad.
Para que se logre esta cooperación se requieren ciertas condiciones, pero en un mundo como el nuestro, altamente tecnológico, los jugadores tienden a ser infinitos y los juegos son distintos cada vez. Los teóricos concluyen que es por esto que todas las ganancias potenciales del comercio no han sido completamente explotadas.
Axelrod, en 1984, expone que hay soluciones cooperativas cuando no interviene un estado rector, suponiendo que las partes tienen que negociar para salir adelante. Hardin, en 1982, menciona que dos contrapartes, para escoger la solución que beneficie a ambos, dependen de la relación costo beneficio, pero esto requiere ser reforzado por amenazas (y nuestro gobierno no refuerza los contratos privados). Taylor, en 1982 y 1987, propone las condiciones en las que la cooperación se puede mantener aún en anarquía (nuestro gobierno, en muchas funciones inexistente, produce un estilo de anarquía), pero esto ocupa una comunidad con normas y creencias comunes, relaciones cercanas entre los miembros y reciprocidad (pero la desconfianza de los sectores privados y la falta de aplicación de la ley obstaculizan este comportamiento en nuestro país). Él dice que el estado destruye por su naturaleza los elementos de una comunidad, así como el altruismo. Sobre lo cual Margolis, en 1982, menciona que el altruismo tiene dos formas de funcionar: decisiones que favorecen las preferencias de la comunidad y las que favorecen motivos egoístas, siendo que cada individuo hace intercambios entre ambas modalidades, él explica cómo puede haber comportamientos electorales que no parecen hacer sentido en contextos de individuos que desean maximizar sus ganancias (como obviamente se refleja en los resultados electorales en México desde el 2018, sesgados por las prebendas).
Ahora bien, ¿cómo es que, si no hay anarquía en naciones desarrolladas, el estado usa la fuerza para la corrupción y no obstante hay avance? Quizá se debe a que, a fuerza de prueba y error y premio y castigo, los jugadores llegan a adoptar el camino correcto y empujan la evolución de las instituciones hacia la eficiencia.
Desafortunadamente en México nuestras instituciones son creadas para servir los intereses de aquellos que tienen el poder de producir nuevas reglas. Sin embargo, cuando los objetivos individuales de aquellos en el poder, bajo ciertas circunstancias, producen al menos en parte soluciones institucionales que resultan en decisiones eficientes en lo social, pudiera darse el desarrollo y el crecimiento, pero debe haber la conjunción de tres fuerzas que no están presentes en la sociedad mexicana: una, vuelta, aunque sea marginal, a la aplicación de la ley y apartarse de la anarquía; dos, que se mantenga una cooperación entre las organizaciones privadas con base en un juego que se repita y lleve algún conjunto de reglas (con un tercero, quizá también privado, que las refuerce) y, tres, sostener la presencia de las mínimas instituciones que revisen que las reglas pongan cierto límite al abuso entre jugadores, incluido el estado. No estamos en ese punto aún.
El autor es profesor y director del Think Tank Financiero de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.