Alarmado por la gravedad de la crisis financiera y económica de 2008-2009 -la Gran Recesión Mundial- el banco central de Estados Unidos (el Fed), bajó precipitadamente su tasa de interés de referencia, llamada Fed Funds (el costo del crédito de muy corto plazo que se otorgan los bancos entre sí). Con respecto a su nivel en 2007 (un poco más de 5%), la tasa se desplomó -si se me permite la expresión- llegando cerca de cero al principio de 2009. (Véase Gráfica 1). En términos reales, es decir, descontando la inflación, la tasa fue negativa (y lo sigue siendo). La intención de la medida fue estimular la recuperación del consumo y de la inversión y, por ende, de la producción y del empleo. Los partidarios de lo hecho dicen que la medicina funcionó. No todo mundo está de acuerdo.
Fuere como haya sido, cuando allá por el final de 2015 el Fed juzgó que la situación económica había dejado atrás la recesión, empezó a elevar la tasa de interés. De entonces al presente los aumentos han sido significativos, si bien graduales. El banco ha actuado con cautela, temiendo que el ascenso pudiera "descarrilar" una expansión de la economía que, para ahora, ya dura --asombrosamente-- casi diez años. (La reducción de la laxitud monetaria del Fed, a pesar de su moderación, ha suscitado los reclamos del presidente Trump, lo que quizás indica que es la correcta).
Los críticos de la decisión inicial de la Fed argumentaron que la dosis era excesiva, tanto en cantidad como en duración. Entre otras cosas, señalaron que lo anormal de la tasa -la más baja históricamente- daría lugar a distorsiones graves en los mercados financieros. Específicamente, que provocaría una inflación artificial de los precios de ciertos activos. El argumento en cuestión tiene base teórica y empírica.
En el calamitoso caso del precio de las viviendas, resulta que de su "pico" en 2006 a su punto más bajo, seis años después, ocurrió una caída de 27%. Sin embargo, de ahí en adelante se ha registrado un ascenso pronunciado, de modo tal que el índice correspondiente (Case-Shiller), ha crecido un 53%, rebasando ya el máximo alcanzado antes de la crisis.
Lo sucedido con el índice S&P es todavía más espectacular. Entre octubre 2007 y febrero 2009, el indicador descendió un estrepitoso 53%. Sin embargo, a partir de esa última fecha empezó a subir casi ininterrumpidamente, creciendo algo así como un 293%. Su nivel actual duplica el registrado antes de la Gran Recesión Mundial. (Gráfica 2).
Al respecto, hay muchas y muy buenas explicaciones, pero la más razonable, a mi entender, es la que ofrece la teoría económica elemental: el valor de las acciones es igual al valor presente del flujo futuro de utilidades. Para descontar ese flujo, se usa una tasa de interés representativa. Entre más baja la tasa, mayor el valor. Así pues, la relación que se observa entre las lineas de las dos ilustraciones no es casual, es causal. Claro, en la realidad, el asunto es bastante más complicado que lo señalado. Por ejemplo, no hay duda que la reforma tributaria GOP-Trump tuvo un efecto positivo.
Como el porvenir más probable de la tasa de interés parece ser una continuación significativa del alza, tanto durante lo que queda de este año como a lo largo del siguiente, tarde o temprano el S&P parará un ascenso que parece interminable. Cuándo, desde luego, no lo sé. Nadie lo sabe.
Por cierto, acabo de leer en un libro interesante una cita que se apega a lo que conozco: "A diferencia de la mayoría de los economistas, (David) Ricardo fue un inversionista exitoso". L. Yueh, What would the Great Economists do?, 2018.
*Por Everardo Elizondo, profesor de Economía en Egade Business School.
Publicado originalmente en Reforma-El Norte