¿El fin de excepcionalismo americano?

La idea del excepcionalismo americano está en entredicho, buena muestra son los sucesos ocurridos el seis de enero en el Capitolio de EE. UU.

Como muchos de los lectores de este artículo, me pasé la tarde del seis de enero siguiendo los horrorosos sucesos en el Capitolio de los EE. UU. En estas líneas, pretendo reflexionar sobre sus raíces. Recientemente, los participantes de un podcast de Harvard Business Review debatieron sobre si estos sucesos son un nuevo brote de un virus maligno, contagioso, que infecta el sistema social y político, o una fiebre que llegó a su punto álgido, quebró y ahora nos estamos recuperando. Me inclino por una interpretación intermedia. Fue el virus del racismo, que ha existido en el país desde 1619, cuando se importó el primer esclavo a lo que posteriormente sería la colonia de Virginia. Este virus, que ha tenido brotes periódicos a lo largo de la historia, ha infectado a un sector de la población. Este sector ha sido marginado por la nueva economía y es vulnerable a una fiebre de falta de oportunidad y desesperación. Para ellos, el sueño americano es un mito.

En 1630, cuando salían de Inglaterra a fundar lo que sería la colonia de Massachusetts, John Winthrop escribió a sus compañeros que establecerían “a city upon a hill” (una ciudad en la cumbre), que serviría como un faro de esperanza para la humanidad. De estas palabras surgió la idea del excepcionalismo americano: que los Estados Unidos es un país dotado de ciertas características que lo hacen distinto y ejemplar a otros países. Es difícil reconciliar la idea del excepcionalismo americano con los acontecimientos del seis de enero. Yo soy ‘mexi-gringo’, descendiente de John Winthrop por el lado paterno. Mi interpretación es distinta. Lo que es excepcional no es su historia ejemplar, sino su capacidad de reconocer cuando ha fallado y su capacidad de cambiar. Esperemos para los EE. UU., y para el mundo, que este sea el caso en los meses y años que vienen.

En su excelente libro, The Soul of America; the Battle for our Better Angels, Jon Meaham describe la batalla interna en los EE. UU. por descubrir lo que Abraham Lincoln llamó, “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”. Destaca el rol del racismo, el mito de la “causa perdida” que mantiene que el Sur no perdió la guerra civil, sino que la ideología de supremacía blanca se está logrando por otras rutas. Vimos con horror el mito de la “causa perdida” en la composición mayoritariamente blanca de los manifestantes terroristas, en las banderas de la confederación, en los símbolos neonazis que cargaban los manifestantes y en su estética militar. El Washington Post cita las palabras de los organizadores de los sucesos del seis de enero el día anterior:

“Be ready to fight. Congress needs to hear glass breaking, doors being kicked in, and blood from their BLM and Pantifa slave soldiers being spilled. Get violent. Stop calling this a march, or rally, or a protest. Go there ready for war. We get our President or we die. NOTHING else will achieve this goal”. (“BLM” refiere a Black Lives Matter y “Pantifa” es el nombre despectivo asignado por la extrema derecha a una asociación anti-fascista).

Yo mismo fui amenazado cuando en noviembre fui voluntario de la campaña presidencial de Joe Biden, enviando mensajes de texto a comunidades latinas. Recibí (afortunadamente a un número que no era el mío) algunas respuestas que decían: “Estamos armados y vendremos por ti”. Ahora me doy cuenta de que iban muy en serio.

El mayor brote del racismo de EE.UU. fue la guerra civil de 1861-1865, pero el racismo se ha manifestado en múltiples ocasiones a través la historia: cuando se reimpuso la supremacía blanca con el fin de la “reconstrucción” en 1877, en Charlottesville, y en el trato a las personas de color por parte de la policía. La Ley de Derecho Civil de 1964 hizo ilegales las más obvias prácticas del racismo, pero no eliminó sus causas y actitudes. Las acciones de la Administración Trump frente las manifestaciones de Black Lives Matter, en su defensa de los símbolos de la confederación y en la instigación de la extrema derecha del país contra migrantes y poblaciones de color, dieron una nueva validez a la ideología de la “causa perdida” y llevaron directamente a la insurrección del seis de enero.

Si pudiéramos decir que el problema fue solo el racismo, la solución sería enfrentar sus causas directas. Sin embargo, el problema es más profundo. Existe también una fiebre, una comorbilidad de este virus: la marginación de una población principalmente blanca, masculina, con limitada educación, y principalmente en el centro del país, que sufre el impacto de la globalización y los avances tecnológicos. No son racistas: son personas que han perdido la fe en que el sistema político y social los escuche y funcione para ellos. Temen el futuro. Han visto sus oportunidades económicas desvanecerse y han recibido poco apoyo de las élites enamoradas con las posibilidades de la nueva economía. Como las describen Anne Case y Deaton (ganador del Premio Nobel), estas personas están sujetas a una epidemia de “muertes de desesperación”—suicidio, alcoholismo, exceso de drogas, obesidad—.

Me llamó la atención un manifestante joven, blanco, que fue entrevistado por CNN frente al Capitolio mientras abrazaba a su pareja afroamericana (una de las escasas personas de color presentes). A la pregunta “¿por qué estas aquí?” contestó: “Es que no nos hacen caso, es la única manera de que nos escuchen”. Como la población vulnerable al virus del COVID-19, esta es la población más expuesta y vulnerable al virus del racismo.

No cabe duda de que la idea del excepcionalismo americano está en entredicho. Espero, como estadounidense y mexicano, que no sea así. El mundo requiere un faro de esperanza con la capacidad de encontrar sus mejores ángeles, aun cuando parece haberse extraviado por el camino. Hay señales alentadoras: las instituciones jurídicas se mantuvieron. Mas de 60 casos en las cortes (estatales, federales y hasta la Suprema Corte) sostuvieron los resultados electorales. Hubo acciones de heroísmo de parte de importantes republicanos: el vicepresidente, miembros de gabinete, senadores y congresistas, jueces nombrados a la corte por Trump, y oficiales republicanos estatales que resistieron las amenazas del presidente y de su propio partido. Diez republicanos votaron a favor del proceso de destitución de Trump, a pesar de las amenazas personales y políticas. Hubo también actos de heroísmo en algunos policías, periodistas y congresistas. El sector empresarial reaccionó de forma rápida y efectiva para alejarse de Trump. Los EE. UU. no es únicamente el país del racismo; es también el país de Abraham Lincoln, de Franklin Roosevelt y de Barack Obama. Todas las señales apuntan a que Joe Biden reconoce los desafíos que enfrenta el país y que ha reunido a un equipo altamente capaz de lograr el cambio.

¿Qué implica esto para México?

Aprovechando mis orígenes ‘mexi-gringos’, termino con unas observaciones de lo que implican los acontecimientos del seis de enero para México, una observación desde el interior de México y la otra, hacia su relación con los EE. UU. Al interior, debemos reconocer, aislar y vacunar contra el virus mexicano, que es la falta de respeto a las instituciones y la violencia. Este virus encuentra su población con fiebre, vulnerable, entre los que no ven en el sistema político-económico un sistema que protege sus intereses (“no nos escucha ni nos hace caso”). En cuanto a la relación económica de México con los EE. UU., debemos reconocer que la administración de Biden tendrá dos vertientes fundamentales, relacionadas con ambos tipos de virus: el que afecta a la salud y el que afecta a lo social—la recuperación medica y económica del COVID-19 y la protección de los empleos de la clase media, la población vulnerable al virus del racismo--. En su relación económica con los EE. UU., México deberá tomar en cuenta estas prioridades. Cierto o no, el TLC ha sido percibido como contribuyente a la marginación de la clase media en los EE. UU. Podemos estar seguros de que la administración Biden va a vigilar sus intereses cuidadosamente en la aplicación del T-MEC.

 

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