Yanis Varoufakis fue un fallido Ministro de Finanzas de Grecia durante un semestre turbulento, allá por 2015. Recientemente, publicó un artículo donde intenta mostrar "la tendencia natural (!) del capitalismo al estancamiento". La evidencia histórica refuta su "tesis".
La economía de libre mercado (el capitalismo, pues), le guste o no a sus críticos, ha logrado durante dos centurias una tasa de crecimiento en el estándar de vida de la población más allá de lo que cualquier otro tipo de sistema, a lo largo de la historia, ha sido capaz de generar.
Angus Maddison, un economista-historiador excepcional, ha estimado que la tasa anual de crecimiento del PIB per-cápita mundial, entre los años 1000 y 1500, fue algo así como 0.15 por ciento. Y quizá apenas 0.32% durante los tres siglos posteriores.
Repentinamente, entre 1820 y 1870, dicha tasa aumentó a 0.93 por ciento. Luego, en el llamado "periodo liberal" --que terminó con el inicio de la Primera Guerra Mundial--, la tasa superó al 2 por ciento. De 1913 a 1950, la economía mundial estuvo caracterizada no sólo por los dos conflictos bélicos, sino también por la Gran Depresión. A partir del decenio de los cincuenta, y durante dos décadas y media, el PIB per-cápita creció a una asombrosa tasa media anual de 4.9%, lo que constituyó una `edad de oro". Finalmente, en los treinta años "neoliberales" más recientes, el crecimiento promedio ha sido alrededor de 3 por ciento.
Una y otra vez a lo largo al menos de 150 años se ha profetizado la inminencia de “la crisis final del capitalismo”. En realidad, lo que ocurrió, en forma estrepitosa, fue el colapso del sistema comunista, una alegada mejor alternativa.
Hoy en día, la moda consiste en preocuparse por una tendencia al "estancamiento económico secular", o por una "nueva normalidad", caracterizada por la disminución del crecimiento de la productividad. En 2016, Robert Gordon, un economista de Northwestern Univeristy, publicó un libro con el pesimista título de The Rise and Fall of American Growth. Su argumento es que las innovaciones tecnológicas más recientes, por ejemplo, la revolución digital, no han tenido (ni tendrán) el impacto positivo sobre la productividad que tuvo, digamos, el uso de la electricidad. No está claro por qué.
Hay distintas opiniones sobre cuál es el motor del desarrollo de las economías de mercado. Una, muy persuasiva (William J. Baumol, The Free-Market Innovation Machine), es que en el centro del proceso está la innovación. La innovación consiste en reconocer las invenciones que son económicamente rentables, y en hacer lo necesario para transformarlas en productos y servicios atractivos para los usuarios. El movimiento es incesante debido a la competencia entre las empresas por sobrevivir. En ciertas condiciones de mercado –las más realistas— la innovación es el instrumento para competir, no el precio.
Precisamente porque la innovación es vital, las empresas tienden a sistematizar las actividades relacionadas con ella, y a evaluar su gasto en ese renglón con los mismos criterios que aplican a otras formas de inversión. Para que la innovación sea atractiva, es obvio que debe estar vigente el "Estado de Derecho", simplemente para garantizar el cumplimiento de los contratos y la salvaguarda de la propiedad privada frente a una expropiación arbitraria. En tales condiciones propicias, los empresarios se abocan a la búsqueda permanente de proyectos verdaderamente productivos.
Si alguna injerencia gubernamental, v.gr., el proteccionismo, restringe la competencia, el resultado es una actividad empresarial distorsionada, cuyo propósito es aprovechar la oportunidad de ganancias anormales. Entre economistas, esto se conoce como "la búsqueda de rentas". Una situación así es típica de las economías subdesarrolladas –la mexicana incluida, parcialmente—.
Los factores causales de la desaceleración mundial en curso hay que buscarlos en errores de política económica, no en imaginarias "tendencias naturales".
En todo caso, el verdadero riesgo para el crecimiento, en Estados Unidos y en otras economías, es el aumento del déficit público.
Publicado originalmente en Reforma.