A nivel mundial, el costo económico de la pandemia ha sido enorme --"incalculable", para usar la tremenda expresión empleada por The Economist hace un par de meses--. Aun así, tanto la revista mencionada como otras fuentes han intentado una estimación. Los números que he encontrado al respecto, después de una exploración superficial, cubren una gama muy amplia, porque se refieren a distintas concepciones del costo en cuestión. Por ejemplo, se dice que los gobiernos han gastado entre 11 y 14 trillones de dólares en las medidas de alivio de algunas de las consecuencias de la enfermedad. En octubre 2020, un estudio de la Universidad de Harvard situó la pérdida en 16 trillones, sólo para la economía de Estados Unidos. Allá por las mismas fechas, el FMI calculó que para el periodo 2020-2025, la producción perdida a nivel mundial será del orden de 28 trillones. (Un trillón es igual a un 1 seguido por doce ceros). Y así por el estilo.
Por supuesto, las cifras aludidas, y otras similares, no pueden distinguir con claridad, por un lado, entre el golpe negativo del Covid-19 y, por el otro, la influencia de factores adversos (internos y externos) operando al mismo tiempo. (Por ejemplo, la helada ocurrida en el mes de febrero de este año) Como quiera, es incuestionable que el virus ha sido el elemento decisivo en la caída reciente del PIB.
Para aproximarse al caso de México, y limitando la observación sólo al posible impacto del Covid-19 sobre el PIB, conviene echarle una ojeada al antecedente inmediato.
Entre 2010 y 2018, el PIB real de México (descontada la inflación) creció a una tasa media anual de 2.7%. En 2019 prácticamente se estancó, y en 2020 se redujo un poco más de 8%. Para este año, la estimación oficial (SHCP) supone que aumentará algo así como 5.3 por ciento.
Una manera simple de llegar a un número representativo de lo perdido en la producción de bienes y servicios es comparar el tamaño del PIB en 2020 y 2021 con el que hubiera alcanzado de seguir creciendo conforme a la tendencia observada entre 2010 y 2018. La gráfica ilustra ese ejercicio hipotético. La brecha entre la línea roja y la línea punteada superior es un indicador de la merma. (Desde luego, el caso del 2019 es distinto: la pérdida no puede achacarse a la pandemia, sino a los efectos, digamos, de una variedad del cambio climático).
Aquí va un resumen de lo ocurrido, en términos numéricos: 1) el estancamiento del PIB en 2019 representó una pérdida de 513 mil millones de pesos (a precios de 2013); 2) el deterioro "atribuible" al Covid-19 en 2020 llegó a 2,597 miles de millones; y, 3) el estimado para 2021 es de 2,230 miles de millones. Es casi ocioso apuntar que lo señalado es resultado de una simplificación puramente ilustrativa. No tiene otra pretensión.
El costo de veras del Covid-19 en un plazo largo incluirá, sin duda, el quebranto de la salud de la población infectada que sobrevivió a la enfermedad, pero que sufrirá lesiones persistentes; el rezago innegable de la educación; la ruptura de eslabones en la producción y la distribución; el daño estructural en ciertos sectores; el aumento de la informalidad; etcétera.
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En todo caso, para moderar el tono pesimista de lo anterior, no sobra recordar que el PIB es un invento de economistas, con el que intentan medir la cantidad de bienes y servicios producidos en una economía. Como nadie ignora, es un buen índice del estándar de vida material de la población. Sin embargo, se dice, no tiene relación alguna con el bienestar espiritual de la gente y, menos aún, con su felicidad.
Artículo publicado originalmente en Reforma.