El presidente Trump provocó (otra vez) una oleada de críticas, al anunciar que planea nombrar a Stephen Moore y a Herman Cain como miembros de la Junta de Gobierno del Fed. Por ejemplo, The New York Times (NYT) pontificó que tanto Moore como Cain están 'excepcionalmente poco calificados" para los asientos vacantes en el banco central. El argumento del NYT es que uno y otro cambiaron de opinión sobre la política monetaria apropiada, según el tiempo político: plantearon que el Fed fuera menos expansivo en la época de Obama, pero ahora, en la era de Trump, quieren que sea más laxo. Para (supongo) alivio del NYT, una nota de prensa reciente informa que Cain declinó la invitación, arguyendo, con razón, que perdería ingresos si la aceptara.
Independientemente de los méritos profesionales --o de la ausencia de ellosde los dos personajes mencionados, el tema de veras es otro: la autonomía del banco central. Por un lado, la Ley le otorga al Fed suficiente independencia frente a los poderes, tanto Ejecutivo como Legislativo, para tomar decisiones basadas en consideraciones técnicas, aunque no sean políticamente convenientes. En esto último está el quid de la cuestión.
En el pasado reciente, con harta frecuencia, Trump ha fustigado al Fed, alegando que debería bajar su tasa de interés objetivo. Es obvio que al presidente le preocupa la posibilidad de que la actividad económica se debilite, sobre todo durante el año próximo, cuando intentará reelegirse. Así pues, quiere que el banco central abarate el crédito, para continuar estimulando el consumo y la inversión. La pretensión de Trump es un ejemplo claro de lo que se pretende evitar con la relativa autonomía del Fed: el sesgo político sobre la toma de decisiones monetarias. Por cierto, Trump no es el primer caso de un presidente que presiona públicamente al banco central.
Curiosamente, los políticos (y los economistas) mal llamados "liberales' --enemigos jurados del presidente-- han estado razonando ¡en el mismo sentido que Trump! Su alegato es variado, pero en lo básico consiste en lo siguiente: la inflación ha estado persistentemente por debajo de la meta del Fed. Así pues -se dice-- el banco puede y debe relajar su política monetaria, con el propósito de fomentar el empleo y el aumento de los ingresos de los trabajadores. Como advierte un refrán en inglés: "Politics makes strange bedfellow?'. El Fed sufre un ataque de pinzas.
Para encuadrar el asunto, quizá sea útil echar una ojeada a los datos pertinentes. En lo que respecta a la inflación, resulta que, a lo largo de los, diez años más recientes, la tasa promedio anual de alza del índice general de precios al consumidor (Consumer Price Index) ha sido 1.8%. De hecho, la inflación ha presentado "picos" y `valles" muy pronunciados, lo que indica que el Fed simplemente no tiene control puntual sobre ella. Ahora bien, la meta formal del Fed (el famoso 2%) se define usando un índice de precios especial (Personal Consumption Expenditure), que no toma en cuenta los precios de los alimentos y de la energía. Medida con este segundo indicador, la inflación ha sido sólo 1.6% anual. Aunque es importante para ciertos propósitos de la politica monetaria, el PCE es irrelevante para el consumidor, salvo en el caso de familias que no comen, que no se transportan, que no…
En cuanto al desempleo, es útil recordar que en medio de la Gran Recesión de 2008-2009, la tasa de desocupación llegó a 10%. De entonces y hasta la fecha, ha tendido a descender en forma espectacular (con disculpas por el calificativo) llegando en marzo de este año a apenas 3.8%. Para los estudiosos del tema, en general, una tasa así es equivalente al "pleno empleo" de la fuerza de trabajo. Francamente, frente a tales cifras, es difícil creer que una continuación de la flojedad monetaria pudiera contribuir a una mejoría adicional de la situación.
En el corto plazo, no hay duda de que la política monetaria tiene impacto sobre la producción y el empleo. Por eso les interesa tanto a los políticos, cuyo horizonte de planeación es muy limitado. Sin embargo, en el largo plazo, el crecimiento del PIB real, de la ocupación, de los ingresos, en suma, del bienestar de la población, depende de factores tales como la acumulación de capital, la educación, la tecnología, la calidad de las instituciones, etc. En este sentido, las manipulaciones monetarias miopes no sólo son inútiles, son perniciosas.
Publicado originalmente en Reforma.