Hace poco tiempo, era un lugar común entre muchos analistas de la economía la idea de que el uso de efectivo, por parte del público, iba en el camino de la reducción sistemática. Esta noción se fincaba, en buena medida, en el avance extraordinario de la tecnología de los medios de pago. Para algunos estudiosos, era incluso muy conveniente que las políticas públicas propiciaran (forzaran, como en la India) tal tendencia, por una serie de razones, incluyendo, claro, el combate al crimen organizado y a la corrupción (véase, por ejemplo, The Curse of Cash, de Kenneth Rogoff). Resulta, sin embargo, que recientemente ha sucedido exactamente lo contrario de lo comentado. Esto hace recordar una de las frases famosas de Mark Twain: "Las noticias de mi muerte han sido muy exageradas".
En efecto, tanto en las economías de los principales países desarrollados como en las de los llamados países en desarrollo, el efectivo en manos del público ha crecido en una forma (más o menos) explosiva. En Estados Unidos, por ejemplo, la tasa anual de aumento del efectivo pasó de 5.2% en febrero 2020 a 12.6% en junio. Algo parecido ha ocurrido en Alemania, en Italia, en Canadá, en Brasil, en Rusia... Cuando se detectó el inicio del fenómeno, se pensó que se revertiría pronto hacia "la normalidad". No ha sucedido así. Una de las facetas del proceso ha sido el uso de billetes de alta denominación.
¿Y en México? Básicamente, la historia es la misma que la descrita en los dos párrafos previos. La gráfica que acompaña a este texto ilustra el caso. Se refiere a la tasa anual de crecimiento de billetes y monedas en manos del público. De enero 2015 hasta los últimos meses de 2019, la dirección fue descendente. Y, de repente, la variable cambió de curso. Allá por octubre del año pasado la tasa fue 2%; en contraste, el dato más reciente es 18%. En diciembre 2019 el billete de $500 representaba el 43% del total en circulación; en junio, la fracción llegó a 47%.
La opinión comúnmente aceptada quiere explicar el cambio, en general y en México, como una consecuencia más de la pandemia. Empero, veamos.
1.-Por un lado, está claro que la enfermedad, el cierre forzoso de la actividad productiva y el encierro obligado de la población, dieron lugar a un aumento de las transacciones en línea. Esto coincide, desde luego, con el auge de Amazon y de sus (lejanos) similares. En consecuencia, uno esperaría una reducción del uso de efectivo, en su rol clásico de medio de pago.
2.-Sin embargo, por el otro lado, hay un factor que opera en el sentido inverso. Se trata de una más de las funciones estándar del dinero: es almacén de valor. Cuando el entorno se complica, crece la incertidumbre, y el público aumenta prudentemente su tenencia de efectivo. Cuando salir a la calle implica un riesgo de contagio, y cuando los bancos reducen el número de las sucursales abiertas, es lógico que la gente quiera tener en el bolsillo, por así decirlo, más dinero contante y sonante que de ordinario. Esta línea de argumentación es razonable, y es compatible con los hechos. Hay quienes describen lo observado como una acumulación inducida por el pánico. Esta idea me parece exagerada: la desenfadada reacción del público ante la liberación parcial, iniciada en las semanas más recientes, no caracteriza precisamente a una población presa del espanto.
Por supuesto, hay otra interpretación del episodio: lo acontecido, se dice, es simplemente el resultado de la enorme inyección de liquidez (creación de dinero) llevada a cabo por los bancos centrales. Tal tesis incluye una advertencia sobre su efecto de largo plazo: más inflación. Pero esta es otra historia.
Publicado originalmente en Reforma.