En relación con la alarmante violencia reciente, es oportuno recordar, de nuevo, una sabia frase de Adam Smith: "Para llevar a una nación al más alto grado de prosperidad, a partir de la barbarie más baja, se necesita poco más que paz, impuestos simples y una administración tolerable de la justicia: todo lo demás vendrá en el curso natural de las cosas". Es innecesario abundar en su contenido.
Un documento publicado hace podo por el Census Bureau de Estados Unidos contiene información estadística sobre la distribución de la riqueza. Los datos aludidos son interesantes y relevantes.
Aquí va un ejemplo, tomado casi a la letra de un resumen oficial:
-Entre más alto es el nivel educativo de una Unidad Familiar (UF), más alta es la mediana de su riqueza.
-Las UF donde el miembro más educado tiene un título universitario, muestran una mediana de la de riqueza de $196,800 dólares, que se compara con $40,560 en las UF donde el miembro más educado tiene sólo un diploma de preparatoria.
-Aquéllas donde un integrante cuenta con estudios de graduado, tienen más del doble de la mediana de riqueza ($407,700) de las que tienen un miembro sólo con licenciatura.
¿Qué lección se deriva de lo anterior? La lógica: la educación de las personas tiene una influencia positiva indudable en la mejoría patrimonial de las familias. ¿Por qué? Simplemente, porque la acumulación de capital humano - -que es precisamente lo que lo que significa la educación- - se traduce en una mayor productividad del trabajo, en una mayor eficiencia del esfuerzo y, en una asunción más racional de riesgos.
Es una pena que tales obviedades no se reconozcan en otras latitudes y, en consecuencia, no se traduzcan en políticas educativas progresistas de veras. En su lugar, se ofrece una retórica anticientífica.
Hace un par de semanas, antes de un viaje a Vallarta, tomé la precaución de hacerme un examen de Covid-19. Para el caso, recurrí a un consultorio anexo a una farmacia. El establecimiento era amplio, moderno y pulcro. La joven doctora que me atendió, eficaz y amable, era una profesional respaldada por el prestigio de la UANL. El resultado de la prueba estuvo listo en 15 minutos, a un costo muy razonable. No fue la primera vez que usé los servicios - -siempre satisfactorios- - de dichos establecimientos.
Un funcionario de la Secretaría de Salud, propenso al error, ha declarado su deseo de desaparecer los consultorios médicos ligados a las farmacias. Sería una más en la lista de equivocaciones de la política oficial de salud. Las razones aducidas por el aludido son pobres y, a fin de cuentas, se resumen en una: la operación de los consultorios tiene como propósito aumentar (¡qué horror!) las ganancias de las farmacias. Por supuesto, ignoró las evidentes ventajas del esquema (localización, rapidez, confianza, ausencia de trámites, etc.), plenamente avaladas por las preferencias reveladas del público: ¿qué otra prueba de su conveniencia se necesita?
No ignoro que las anécdotas son débiles como argumento, pero las ocurrencias son todavía más endebles.
Algunas cifras recientes han provocado la idea de una disociación económica entre Estados Unidos y México. No hay tal, al menos en lo que toca a la producción industrial. Esto se ilustra con claridad en la gráfica, que presenta las variaciones anuales del índice de producción industrial en México (línea roja) y de Estados Unidos (línea azul), a lo largo de más de una década.
Dice un amigo mío que el problema de los partidos de oposición, rumbo "a la grande del '24'", es que no tienen "un proyecto nacional de desarrollo". En realidad, quiere decir que les falta "un proyecto gubernamental de desarrollo".
Qué bueno que es así, al menos en mi visión liberal. Los únicos proyectos económicos de veras válidos son los que imaginan y realizan los entes privados. El desarrollo nacional será el resultado de su éxito. El papel apropiado para el gobierno es crear un marco institucional correcto, para que dichos proyectos puedan intentarse en libertad. Lo otro, es una pretensión burocrática, coercitiva por necesidad.
El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.