Creo que fue en febrero pasado cuando leí un estupendo artículo de Douglas A. Irwin sobre la globalización, titulado Recent History of Global Integration: The Globalization Process of the 1980s and 1990s. Los comentarios que siguen se aprovechan abundantemente de su contenido.
El lector recordará que la liberalización del comercio exterior de México empezó allá por la mitad de los ochenta del siglo pasado. El proceso se consolidó con la entrada en vigor del TLCAN en 1994. Ello no fue casualidad. En esa época se inició un cambio de proporciones históricas en la economía mundial, que produciría un extraordinario movimiento hacia la integración de las economías nacionales. El fenómeno ha recibido el nombre de "globalización".
Para apreciar la magnitud de la transformación, basta con citar algunos números gruesos: en 1960, las exportaciones mundiales representaron 9% del PIB correspondiente; en 2000 la cifra había aumentado a 19%; en 2008 llegó a un "pico" de 25%, que se repitió en 2011-2012. Irwin señala que la creciente adopción de tipos de cambio flexibles fue un elemento impulsor de la globalización. Su razonamiento es persuasivo: cuando la norma eran los tipos de cambio fijos, un "problema" en la balanza comercial, digamos un déficit creciente, se enfrentaba aplicando restricciones a las importaciones (aranceles, cuotas, permisos, etcétera). En contraste, ahora que se ha generalizado la flotación cambiara, la mera existencia de un "desequilibrio" externo induce su propia corrección, en la forma de un sesgo a la depreciación en el mercado de divisas. Por tanto, no hay que recurrir a trabas burocráticas del flujo de mercancías.
La crisis financiera de 2008-2009 causó un freno temporal de la internacionalización, pero la tendencia se reanudó una vez superada la contingencia... hasta que llegaron, primero Trump; luego, la pandemia, y, finalmente, la guerra. Frente a ello, ahora está de moda la preocupación sobre una posible "desglobalización". Si llegara a suceder, se traduciría en una lamentable reducción de la eficiencia del sistema económico mundial, con el consecuente empobrecimiento de la población.
En mi opinión, la inquietud anterior no carece de base, pero me parece exagerada. Veamos.
Hay que reconocer, dice Irwin, que los factores impulsores de la globalización se han debilitado. Aunque sus beneficios son cuantiosos e innegables, sus "descontentos" (Stiglitz dixit) - -que son ruidosos y políticamente influyentes- - arguyen que no se han distribuido "equitativamente". En la realidad, por supuesto, no hay arreglo humano perfecto.
Por último, algunos autores han destacado un aspecto político preocupante. Se trata de la aparición y fortalecimiento de regímenes autocráticos en diversas latitudes. Su argumento es sugestivo: para permanecer en el poder, los gobernantes en cuestión buscan el apoyo de ciertos grupos, concediendo privilegios que, a menudo, consisten en impedimentos al comercio libre. No es difícil encontrar ejemplos de ello en el mundo actual.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.