En días pasados, un artículo de The New York Times remató su título con una pregunta: Son ricos y aún trabajan. ¿Por qué? El texto se inició con una cita tremendista del político estadounidense Bernard Sanders —de la que me ocupo más adelante—. El autor intentó contestar la cuestión refiriéndose a una serie de explicaciones psicológicas poco persuasivas. Lo cierto, al parecer, como apuntó el artículo, es que trabajan más que el común de los mortales. El tema, por supuesto, escapa a mis capacidades.
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Bernard Sanders es un senador por el Estado de Vermont Nació en 1941 y se inició en la politica a los 30 años. Es un "socialista democrático", según su propia definición. En el desvirtuado lenguaje politico americano se le ubica como "liberal" extremo. En términos de propuestas de politicas públicas, no está muy lejos de la también senadora Elizabeth Warren.
Al presente, Sanders está en plena campaña para conseguir la nominación del Partido Demócrata como candidato a la Presidencia de la República. Warren se dedica a lo mismo. Como se sabe, el puntero de esa congestionada carrera es todavía Joe Biden.
Antes de ser senador, Sanders fue miembro de la Cámara de Representantes, y alcalde de Burlington en varias ocasiones. Así pues, resulta que, a sus 78 años, ha empleado casi medio siglo de su vida tratando de conseguir cada vez más poder. Digo esto porque de eso se trata precisamente la politica. Ahora, Sanders quiere llegar, ni más ni menos, que al puesto que conlleva el mayor poder político en la historia de la humanidad.
¿A qué viene el recuento anterior, seguramente conocido por el lector? A que Sanders es uno de tantos críticos persistentes del poder económico representado por la riqueza. El senador nunca ha sido un fan de los ricos, pero hace no mucho, al develar su plan impositivo, declaró, a la letra: "No debe haber billonarios. Vamos a gravar su extrema riqueza y a invertir en la gente trabajadora".
Así pues, Sanders representa muy bien una postura doctrinal peculiar, según la cual, pretender y detentar un poder económico considerable está mal, pero ambicionar y tener un poder político inmenso está bien. Mi precaria lectura de la historia me sugiere que lo segundo ha sido, sin duda, mucho más peligroso para el género humano.
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En realidad, como han advertido sus críticos, el plan de Sanders no elimina de veras a los billonarios, aunque implica una carga impositiva muy significativa para los muy ricos. La senadora Warren tiene su propio plan para gravar la riqueza, pero, a diferencia de su colega competidor, ha declarado al mismo tiempo que está en favor del capitalismo y de los mercados. De paso, creo que esta es una posición absurda: la senadora dice simpatizar con el sistema, pero no con sus resultados.
Desde mi muy personal punto de vista, hay billonarios que merecen, si no todos, casi todos los dólares que les atribuyen los cálculos. Por ejemplo, yo creo que los billones de Bill Gates son la consecuencia de un extraordinario servicio a cientos de millones de usuarios voluntarios de los productos de Microsoft. Lo mismo opino de los billones que componen la fortuna de Jeff Bezos, el magnate de Amazon. (Por comparación, vale quizás una pregunta retórica: ¿qué ha hecho Sanders de beneficio para las masas, que sea siquiera remotamente parecido a lo logrado por los citados potentados?).
El tema de fondo es bastante claro, al menos para un grupo de economistas. Una cosa es la riqueza creada gracias al esfuerzo, a la innovación, a la asunción de riesgos, al ahorro y, a fin de cuentas, a la generación de algo que los consumidores valúan. Otra cosa, muy distinta es la riqueza obtenida por la violencia, el fraude, o las situaciones de privilegio. Esto último es típico de mercados caracterizados por la falta de competencia. Muy a menudo, tal deficiencia es generada o propiciada por el gobierno. Suena conocido.
Publicado originalmente en Reforma.