En la actualidad, el Fed, el banco central de Estados Unidos, emite billetes de 1, 2, 5, 10, 20,50y 100 dólares. El billete de más alta denominación emitido por esa institución, para circular entre el público, ha sido de 10,000 dólares. En 1969 se descontinuó su circulación, junto con los billetes de 500, 1,000 y 5,000 dólares, "debido a la falta de uso".
Todos los billetes actuales tienen en su anverso la figura de un presidente estadounidense, con la excepción de los correspondientes a 10 (Alexander Hamilton) ya 100 dólares (Benjamin Franklin). El reverso muestra ilustraciones de símbolos o de edificios. Nada más. No hay en ellos perfiles de artistas, ni de literatos; tampoco hay estampas de paisajes. Los colores son iguales en todos lo casos: verde y gris.
Los billetes mexicanos son mucho más variados. Incluyen de todo: efigies de mexicanos eminentes, paisajes, representaciones de animales, de vegetales, textos, emblemas, etc. Y se imprimen en diferentes colores.
Las recientes decisiones de Banxico, consistentes en: 1) sustituir paulatinamente el billete de 20 pesos por una moneda equivalente; 2) eliminar las imágenes de Diego Rivera y Frida Kahlo en el billete de 500 pesos; y, 3) emitir eventualmente un billete de 2,000 pesos, dieron lugar a diversos comentarios.
No me voy a ocupar de los aspectos estéticos de los cambios. "En materia de ética y de estética --decía un sabio economista-- hombres razonables pueden diferir". Tampoco comentaré sobre las opiniones políticas de pintores y literatos, porque las considero irrelevantes para el caso. (Lo mismo pienso sobre las opiniones de los politicos sobre artes plásticas o sobre literatura). Me limitaré a algo prosaico: el poder adquisitivo del dinero. Para ello, va un ejemplo hipotético simple.
Supongamos que, en un año inicial, a los precios vigentes en ese entonces,1,000 pesos podían comprar un paquete dado de bienes y servicios. Si, de ahí en adelante, durante una década, los precios subieran a un rito de 7% anual, ¿cuánto costaría adquirir el paquete original? La respuesta es aritmética: 2,000 pesos.
El billete de 1,000 pesos empezó a circular en abril 2008. Dados los precios prevalecientes en aquel año, su valor nominal equivalía a un poder de compra de una cierta cantidad de bienes y servicios. A una tasa de inflación promedio anual de 4%, para 2025 se necesitará un billete de 2,000 pesos para comprar lo mismo.
Ese proceso fatal de deterioro del poder adquisitivo del dinero explica: 1) la inutilidad paulatina de las monedas de menor valor; y, por supuesto, 2) la intención oficial de introducir en algún momento futuro el billete de $2,000. El dinero es un medio de cambio y un almacén de valor. Cuando hay inflación, se necesitan más pesos para realizar las mismas transacciones originales, inmediatas o potenciales. Eso es todo.
La política monetaria ha logrado reducir la inflación, pero no la ha eliminado. Por comparación con la historia inflacionaria mexicana, lo sucedido a lo largo de, digamos, los 20 años más recientes, es excepcional, pero todavía no es suficiente. Esto me lleva al comentario final de este artículo.
Durante el mes de agosto la inflación aumentó por tercer mes consecutivo, llegando a 4.9%. Como de costumbre, las analistas explicaron el ascenso referido aludiendo al alza de ciertos precios en particular. En esta ocasión, el factor causal señalado fue el incremento de los precios de los energéticos. Este tipo de énfasis en algunos números específicos, confunde un alza de precios relativos con un proceso recurrente y generalizado de aumento de los precios.
Cualquiera que haya sido la razón aritmética de lo anterior, lo sucedido, más la percepción persistente de la existencia de riesgos en el porvenir inmediato, ha llevado a la conclusión razonable de que Banxico elevará de nuevo su tasa de interés en los primeros días de octubre. Hace no muchos meses, la noción (casi) generalizada consistía en postular que el banco reduciría la tasa antes del fin del año, frente a una esperada disminución de la inflación. Los hechos se han encargado de desvirtuar dicha idea.
El costo del crédito seguirá subiendo, aquí y afuera. El Fed está empeñado, como debe, en acotar la inflación.
*Por Everardo Elizondo, profesor de Economía en Egade Business School.
Publicado originalmente en Reforma – El Norte.