A lo largo de los cincuenta años más recientes, la deuda del sector público federal de Estados Unidos (D) se ha cuadruplicado, como proporción del Producto Interno Bruto (PIB). Actualmente, la fracción D/PIB ronda el 120%.
Como se puede apreciar en la gráfica, el aumento no ha ocurrido de manera uniforme. De hecho, el movimiento ascendente general ha sido notable en tres periodos muy claros, señalados por las flechas: en el primero, el cociente D/PIB se duplicó; en el segundo, creció unos 35 puntos porcentuales, y, en el tercero, se elevó 25 puntos más. En el cuarto trimestre de 2020, llegó la cifra récord de 133%. Después de cada episodio, la relación D/PIB se ha estabilizado durante un tiempo, pero nunca ha regresado a su nivel inicial.
Algo similar ha ocurrido en otras economías avanzadas.
Los especialistas en finanzas públicas han estudiado el tema intensamente y han planteado varias tesis tratando de explicar dicha tendencia al ascenso. Desde luego, detrás del alza de la deuda ha habido una ampliación del gasto público, que los gobiernos han escogido financiar con pasivos, en lugar de con impuestos.
Una teoría vieja (A. Wagner) postula que, a lo largo del tiempo, por razones políticas y económicas, erogaciones que originalmente eran privadas han sido sustituidas por erogaciones públicas (i.e., en educación). Algo similar, pero en mucha mayor cuantía, se aplica a la adopción y expansión de los servicios de transferencias que integran el denominado "Estado del Bienestar" (Welfare State).
La idea anterior ha sido complementada con la noción de un "efecto de desplazamiento" (A. Peacok y J. Wiseman). Esto consiste en un movimiento del gasto público al alza,"de una sola vez", asociado a un evento específico, como el financiamiento de una guerra, o la respuesta a una catástrofe. Lo peculiar del asunto es que, terminado el conflicto bélico o superada la contingencia, el gasto no regresa a su tamaño relativo inicial: al parecer, el gobierno encuentra siempre otras razones para mantenerlo.
Volviendo al caso estadounidense, resulta que lo sucedido en los tres periodos señalados se adapta bien a la tesis del desplazamiento. En el primero, se incrementó el gasto en defensa nacional (la llamada Strategic Defense Initiative de Ronald Reagan), sin que se redujeran otras partidas. En el segundo, la política fiscal adoptó una postura expansiva para tratar de contrarrestar el efecto depresivo de la Gran Recesión Mundial, detonada por la crisis en el sector inmobiliario. En el tercero, el aumento del gasto y de la deuda se relacionaron con el combate a las consecuencias negativas del Covid-19.
Así pues, el resultado ha sido una combinación de Big Government con una deuda creciente. En la época actual, en la que el banco central está tratando de controlar la inflación con tasas de interés anormalmente altas, la situación implica enormes cargas financieras. En el último trimestre de 2018, los pagos por intereses del gobierno federal de Estados Unidos fueron 571.2 billones de dólares; cinco años después, llegaron a 1.025.8 billones.
En un ensayo reciente. Michael Boskin se pregunta si los grandes déficits y las deudas consecuentes son peligrosas. Su respuesta es sí. ("Are Large Deficits and Debts Dangerous?" AEA Papers and Proceedings, 2020).
Moraleja: "No hay almuerzos gratis", en ninguna parte.
Una nota de prensa informó hace poco que el gobierno de Milei eliminó 69 normas oficiales, incluyendo controles de precios y regulaciones de todo tipo sobre las actividades económicas privadas. El argumento presentado por la autoridad fue muy clásico y contundente: las medidas "sólo sirvieron para distorsionar" el funcionamiento de los mercados.
El texto periodístico contuvo un párrafo notable, por contradictorio: "La medida, sin embargo, despoja al estado de las herramientas para evitar una aceleración descontrolada de los precios en un país que convive desde hace años con la inflación".
Lo cierto es que la persistencia y gravedad de la inflación son, de por sí, evidencia de que los controles en cuestión no han servido de veras como herramienta anti-inflacionaria. (Nunca ha sido de otra manera, ni en Argentina ni país alguno a lo largo de la historia).
Moraleja: Con reportajes así… todo mundo necesita un buen economista.
El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.