Biden en su futuro laberinto (económico)

Artículo publicado en la sección Glosas Mariginales del periódico Reforma

La Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó el enorme paquete de alivio fiscal (¿estímulo?) propuesto por el presidente Biden, por un monto de 1.9 trillones de dólares. (En la terminología del vecino país del norte, un trillón es un uno seguido por doce ceros). Con dicha cantidad, el total de este tipo de apoyos sobrepasará los 5 trillones, contando desde que se inició la pandemia.

¿En qué consiste?

Básicamente, en transferencias directas de dinero a las familias; auxilio adicional a los desempleados; ayuda para la manutención de los hijos; condonación de una parte del impuesto sobre el ingreso; recursos a gobiernos locales; etc. En resumen, más gasto público, dirigido en particular a la población afectada por las propias medidas gubernamentales destinadas a controlar el Covid-19; esto es, por el cierre de actividades productivas y por el confinamiento de la población.

Como consecuencia de lo anterior, el déficit del gobierno federal crecerá significativamente. Hace poco más de un año, la Oficina Presupuestal del Congreso (Congressional Budget Office) estimó que el desbalance correspondiente a 2020 sería un poco menos del 5% del PIB. Pero... llegó la pandemia, el presidente Trump expandió aceleradamente las erogaciones, y el déficit se disparó a algún número alrededor de 15%, según cálculos todavía preliminares.

Un déficit conlleva necesariamente un aumento de la deuda pública, la cual ya se sitúa en 108% del PIB. Se presume que el paquete de Biden elevará dicho cociente probablemente en unos diez puntos porcentuales. Para algunos analistas esto es motivo de gran preocupación. Para otros, sin embargo, tal inquietud es prematura, considerando el bajísimo (artificial) nivel de las tasas de interés, lo que implica un servicio de la deuda no tan pesado.

El debate sobre los efectos económicos del paquete en cuestión ha estado muy animado. Hay quienes piensan que es absolutamente necesario para respaldar el rebote en marcha de la actividad productiva. Por el contrario, hay quienes argumentan que las familias beneficiadas ahorrarán lo recibido, de manera que el consumo no se incrementará. Esto será consecuencia, dicen, de la prevalencia de la incertidumbre. Ya veremos.

Lo cierto es que las tasas de interés de largo plazo (bono de diez años) han aumentado en forma notable. Esto se interpreta en general como un alza de las expectativas de inflación. Sin embargo, Janet Yellen, la flamante titular del Departamento del Tesoro, entiende lo ocurrido como un anticipo del mayor fortalecimiento de la economía. Por supuesto, las dos explicaciones no son incompatibles. En cualquier caso, no es impensable suponer que en 2022 la política fiscal tendrá que moderar su postura expansionista, y que la política monetaria tendrá que empezar a reducir la laxitud extrema que hoy la caracteriza. (Esto último, con todo respeto para la opinión de Jerome Powell).

En otras palabras, la administración Biden empezará a enfrentar las disyuntivas estándar en política económica. Mucho antes de ello, los mercados financieros tenderán, me imagino, a "normalizarse". Ojalá que sea sin sobresaltos. Lo dudo.

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De paso, no sobra señalar que Biden tiene ya en las manos un enorme problema, totalmente previsible: una ola creciente de inmigrantes en la frontera sur. Digo previsible por una lógica económica elemental: la gente responde a los incentivos. Biden anunció oficialmente un relajamiento de las restricciones de entrada a EE. UU. (muro incluido). La respuesta obvia ha sido un aumento del flujo (legal e ilegal) de personas hacia ese país. ¿Y ahora?

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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