Hace apenas cuatro años, el Fondo Monetario Internacional publicó un libro de 279 páginas, que intituló, con modestia, Advancing the Frontiers of Monetary Policy. La obra consta de catorce capítulos de diversos autores, y fue editada por un trío de expertos.
En la primera línea del prólogo, firmado por Carla Grasso (Deputy Managing Director and Chief Administrative Officer), se lee (sic): "En estos días, la inflación ya no es un problema que domina la mente de las gentes".
¡Tiempos felices aquellos! En la actualidad, la inflación constituye una grave preocupación prácticamente universal. ¿Qué pasó?
El texto referido se ocupa de analizar la evolución del esquema de política monetaria que sustenta la teoría y la operación de los bancos centrales al presente. Se le conoce con el nombre de "Objetivos de Inflación", y se ha puesto en práctica en dos versiones.
Su versión inicial era bastante simple: el banco central establecía una meta formal para la inflación (generalmente 2%) y, en concordancia, manejaba una tasa de interés de muy corto plazo para tratar de adecuar el gasto en la economía (el consumo, la inversión, las erogaciones gubernamentales) a la capacidad de la oferta, a fin de evitar presiones alcistas. El modelo partía de una concepción clave de la función principal del banco central: lograr y mantener la estabilidad de los precios; en otras palabras, crear un entorno de baja inflación, que propiciara el crecimiento económico.
El esquema inicial fue un éxito en la realidad. Con el paso del tiempo, se pensó que era demasiado rígido (estricto). En particular, que la política monetaria debería ajustarse para prestarle menos atención a las desviaciones transitorias de la inflación con respecto a la meta, y atender más a la estabilidad de la producción en el corto plazo. Con ello, de hecho, se abría la puerta para la laxitud.
Por supuesto, para calificar de temporal una separación entre la realidad y la meta, era necesario contar con un pronóstico confiable de la inflación en un horizonte más o menos largo. Así se llegó a la forma actual de "Objetivos de Inflación Flexibles". (Puede ser de interés recordar el nombre en inglés: "Flexible Inflation Targeting"). En esta nueva versión, el banco central no intenta alcanzar su meta para la inflación año con año, porque reconoce que ocurren "choques" (malas cosechas, terremotos, guerras, etc.) que se traducen en desvíos transitorios. ¿Qué pretende entonces? Que la inflación tienda a converger con el objetivo formal en un plazo más o menos definido. En el ínterin, el pronóstico de inflación se convierte en un objetivo intermedio.
No cabe duda de que la política monetaria del Fed, en la época de Jerome Powell, ha tomado como norma la segunda interpretación aludida. En determinado momento, el Fed decidió que podía tolerar por un tiempo una inflación por encima de la meta, pero con el propósito de promediar luego con un periodo de inflación por debajo del objetivo. Tal posición deterioró, lógicamente, las expectativas del público sobre la inflación. Más todavía, cuando se sucedieron los "choques" de sobra conocidos, el banco los desestimó, calificándolos de temporales. Su pronóstico falló rotundamente.
Ahora, ya sabemos que el Fed se equivocó no sólo en el diagnóstico, sino también en demorar la necesaria corrección de su postura monetaria. El resultado ha sido la altísima inflación que domina la circunstancia económica presente.
De paso, conviene reiterar que, en México, el ascenso de la inflación no puede atribuirse únicamente a los aumentos de precios de los alimentos y los energéticos. En la gráfica que acompaña a este artículo, la línea negra ilustra la trayectoria de la inflación general; la roja, la correspondiente a la inflación subyacente. En el cálculo de esta última se excluyen precisamente los dos grupos de precios referidos. Nótese que su tendencia alcista empezó en los primeros meses de 2021, esto es, un año antes de la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
El autor es profesor de Economía de EGADE, Business School.
Artículo publicado originalmente en Reforma.