Como reza la conocida expresión, ‘de toda crisis nace una oportunidad’. La pandemia de COVID-19 y diversos factores geopolíticos y económicos generaron una ventana de oportunidad sin precedentes para el crecimiento de México, manifestada en el fenómeno de nearshoring.
En esencia, el nearshoring implica la reubicación de cadenas productivas y de servicio hacia lugares cercanos a los países de origen de la inversión extranjera directa. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo y de ManpowerGroup Latam, se proyecta que esta tendencia resultará en México en exportaciones adicionales totales por más de 35 billones de dólares, la creación de entre 1 y 3.5 millones de nuevas fuentes de empleo, y una aceleración significativa en el desarrollo de infraestructura.
A primera vista, frente a este panorama optimista, el nearshoring puede ser percibido como ‘bendición’ para México. Sin embargo, esta respuesta no es tan sencilla, especialmente si visualizamos este fenómeno desde una perspectiva a largo plazo.
De hecho, existe la posibilidad de que el nearshoring se convierta en una ‘maldición’ para México que perpetue el statu quo, alejándonos aún más de su potencial como generador de nuevos conocimientos con alto valor agregado. Parte de este desafío radica en una serie de contradicciones en las que nos encontramos inmersos como país, las cuales enumeramos a continuación.
A pesar del notable crecimiento económico experimentado en México desde su apertura comercial a inicios de los años 1990, el país ha quedado ampliamente rezagado en su desempeño en CTI a nivel mundial. En comparación con el promedio de los países de la OCDE, México muestra una inversión en CTI, en relación con su respectivo Producto Interno Bruto (PIB), ocho veces menor (0.31% vs. 2.38%), un número de investigadores por 1,000 del total de personal empleado nueve veces menor (1.0 vs. 8.6), y un porcentaje de aplicaciones de patentes por residentes seis veces menor (9.5% vs. 60.1%). Estas cifras han relegado a México al puesto 58 en el ranking de innovación y competitividad ‘Global Innovation Index 2023’, lo que está lejos de su posición en la lista mundial de economías, la cual sitúa a nuestro país en el puesto 12, en base a su PIB, para ese mismo año.
A diferencia de los países desarrollados, donde el sector empresarial lidera la inversión en CTI con dos terceras partes del monto total, en México esta responsabilidad recae principalmente en el gobierno, con un aporte de tres cuartas partes de la inversión total. Esta situación plantea interrogantes sobre las razones por las que las empresas en México no invierten más en innovación. Para Jaime Parada Ávila, exdirector del Conacyt y expresidente de la Academia de Ingeniería, factores como el bajo nivel de madurez y competitividad de las empresas, su enfoque en el corto plazo, la falta de métricas financieras para la innovación, la ausencia de un modelo sistemático para innovar, y la necesidad de mayores estímulos e incentivos por parte del gobierno para innovación empresarial contribuyen a esta discrepancia.
Al considerar el índice de complejidad definido por el Growth Lab de la Universidad de Harvard, México ocupa el puesto 20 entre 133 países diferentes. ¡Este puesto refleja un desempeño nada despreciable! Esto significa que nuestro país es capaz de generar productos tan complejos como artículos aeroespaciales, automóviles, componentes electrónicos y equipos médico, algo que solo un puñado de países puede hacer. Sin embargo, esta aparente fortaleza resulta engañosa cuando analizamos el valor agregado doméstico producido por nuestro país en estas tecnologías, el cual, según datos del INEGI, no supera el 25% en productos complejos. En resumen: fabricamos y ensamblamos, es decir, maquilamos, pero no creamos ni diseñamos ni desarrollamos estos productos complejos. Por lo tanto, vemos que México se encuentra estancado en el centro de la curva ‘smiling’, la cual describe la creación de valor agregado a lo largo de las cadenas de producción, alejado de los extremos de la curva que concentran los mayores márgenes como el diseño y el servicio de marca. En lugar de sentirnos orgullosos por lo ‘made in Mexico’, deberíamos emocionarnos por lo ‘designed in Mexico’, reflejado en compañías que han saltado la curva hacia mayor valor agregado doméstico.
La pirámide de Maslow establece un modelo jerárquico de las necesidades humanas, donde el cumplimiento de necesidades más complejas (como la autorrealización) depende de la satisfacción de aspectos básicos como la fisiología, la seguridad, la afiliación y el reconocimiento. Esta analogía puede extrapolarse al ámbito nacional. En México, anhelamos desarrollar competencias domésticas de alto valor agregado basadas en CTI, ya que, según sugiere Juan Enríquez Cabot, estas competencias permiten la generación desproporcionada de valor. Este fenómeno se evidencia en casos como Tesla y Apple, cuyas valuaciones de mercado superan varias veces el PIB de países como México. No obstante, nos encontramos inmersos en la búsqueda de esfuerzos en CTI sin haber abordado aún aspectos básicos como la violencia e inseguridad, la deficiente educación, y los problemas persistentes de falta de democracia y justicia que aquejan a nuestro país.
Los factores importantes para atraer empresas como la mano de obra calificada, infraestructura de calidad, recursos requeridos por las empresas en específico (como agua, energía, o gas), incorporación relativamente sencilla en los clústeres productivos, acceso a cadenas de distribución, cercanía al mercado meta, acceso a centros de investigación, etc., se concentran en algunos estados, y por ende, no todos verán el mismo impacto directo (e indirecto) del nearshoring.
El ecosistema de innovación comprende el conjunto de agentes que interactúan para la creación, uso y difusión de la innovación. Aunque el actual panorama del ecosistema de innovación en México presenta desafíos significativos, existen varios ejemplos de empresas que han logrado superar estas barreras y avanzar hacia la generación propia de conocimiento de mayor valor agregado, saltando así la curva de “smiling”. Ejemplos de empresas como Rassini, Orbia, y Kio Networks, entre otras, son comparables a las bacterias capaces de sobrevivir en condiciones extremadamente adversas en los respiraderos de aguas profundas; en nuestro caso, han demostrado una capacidad de resiliencia en un ecosistema de innovación desafiante como el de México.
Es evidente que estas contradicciones podrían llevarnos a mantener el statu quo, donde México continúe siendo etiquetado como país de mano de obra barata, perpetuando así la ‘maldición’. Romper con estas contradicciones nos acercaría más a un escenario de ´bendición’, donde el nearshoring genere oportunidades de crecimiento de conocimiento de mayor valor agregado en el mediano y largo plazo, mediante derramas de conocimiento más complejas, incluyendo el establecimiento de centros de investigación y desarrollo. Un ejemplo de éxito es el Intel Design Center en Zapopan (Jalisco), en donde sus equipos han desarrollado cientos de patentes por investigadores mexicanas y mexicanos.
Por supuesto, la generación de nuevos conocimientos es solo uno de varios aspectos que deben de considerarse para alcanzar un futuro sostenible, económica y ambientalmente, inclusivo y equitativo para nuestro país.
Los autores son profesor investigador de EGADE Business School (Alfonso Ávila Robinson), profesor de cátedra de la Escuela de Ingeniería y Ciencias (Gustavo Alberto Berretta González) y profesor investigador de la Escuela de Ingeniería y Ciencias (David Güemes Castorena).