Los índices de competitividad más prestigiosos del mundo a menudo se toman en cuenta para elaborar políticas o programas gubernamentales. En muchos países, se usan para guiar acciones de gobierno en rubros como adaptación tecnológica, desarrollo económico, o promoción de las pymes o de ciertos sectores económicos.
Desde los años 1980, espoleado por la creciente globalización de bienes y servicios, el tema de la competitividad ha ido cobrando protagonismo, tanto en la academia como en el sector empresarial. Dos de los rankings más destacados que miden la competitividad a nivel internacional son el Anuario de Competitividad Mundial, del Institute for Management Development (IMD), y el Global Competitiveness Index, publicado por el Foro Ecónomico Mundial. Pero ¿qué significa la competitividad en el contexto actual?
No existe una única teoría sobre el concepto de “competitividad” en la economía, y, de hecho, no es lo mismo la “competitividad” para una empresa que para un país. Por ejemplo, es probable que una empresa competitiva desee ampliar su cuota de mercado, mientras que un país competitivo se enfoca en atraer inversión extranjera. Para incrementar la competitividad nacional, los gobiernos tienden a promover todos los factores que contribuyen al desempeño económico, los cuales suelen coincidir con los que miden los rankings.
El riesgo de estos rankings yace en la percepción que generan: se usan para que los poderes públicos decidan sobre la distribución de sus recursos, ya sea en forma de inversiones, subvenciones o gasto público. Los países que cuentan con mayores recursos e instituciones sólidas tienen la posibilidad de asegurar una inversión adecuada, mientras que los países con instituciones débiles suelen enfrentar una serie de dificultades económicas.
Con el fin de entender cómo pueden distorsionar estos rankings los avances de los países en materia de competitividad, así como ofrecer enfoques alternativos que mejoren su efectividad, recientemente se publicó el artículo “Are competitiveness rankings and institutional measures helping emerging economies to improve?” en la Competitiveness Review.
Este paper revela una paradoja de los rankings más prestigiosos del mundo: los países analizados tienden a mantener su posición general, aunque haya cambios en las dimensiones que lo componen. Así, se invisibilizan los progresos que tienen de un año a otro, sobre todo en aquellos países con puntajes bajos.
Como alternativa a los principales rankings, se propone una metodología que examina la evolución de los indicadores de competitividad, al tiempo que mide cambios estructurales en diferentes niveles a lo largo del tiempo. Con la ayuda de un análisis estadístico, es así como se diseñó el Alternative Institutional Quality Index (AIQI) para 48 economías emergentes.
En esta construcción se examinó el desempeño de 48 economías emergentes y ‘de frontera’ durante el periodo 2007-2017. Aunque no hay una definición única de este tipo de economías, el consenso apunta a que éstas se caracterizan por tener un crecimiento sostenido y estable, por ser capaces de producir bienes de alto valor añadido, y por participar en el comercio internacional. Asimismo, han experimentado transformaciones institucionales, desplegando reglas del juego que aplican para todos los actores de forma equitativa, aunque aún tienen rezagos en este sentido.
Este análisis arrojó resultados sugerentes relativos a un conjunto de 30 indicadores. Al examinar la evolución de estos indicadores –pertenecientes a tres dimensiones – política, recursos y sistémica – se pudo evaluar la distribución de los puntajes para cada dimensión en las economías analizadas. Por ejemplo, para la dimensión de recursos y la sistémica, es importante resaltar que el aumento del desfase entre los países con mejores puntajes y los de menores puntajes se debe a un mejor desempeño de los países líderes, lo que genera un efecto de distanciamiento del resto de países.
Desde 2007, ha habido cambios estructurales en términos de cerrar la brecha del AIQI: prácticamente cada año se ha ido reduciendo más la diferencia en los puntajes obtenidos, lo que sugiere una mayor convergencia de los países emergentes. Sin embargo, esta reducción tiene que ver generalmente con mejoras en los países líderes de este ranking.
Pese a que los puntajes de los países varían en el tiempo, cuando se comparan los cambios detectados, el patrón estructural de las brechas se mantiene, lo cual indica que el impacto de las políticas y recomendaciones globales no ha generado cambios en estos países. De hecho, hasta un 50% de los países mantuvo sus puntajes en el periodo analizado. Esto lleva a pensar que los países mantienen sus posiciones globales en los rankings, pese a que registran mejoras individuales en los indicadores que las componen.
Es difícil comprender la naturaleza de los factores de competitividad si ésta se visualiza solamente como una variable macroeconómica cuantificable, con un origen bien definido. Definir políticas basándose en los rankings puede llevar a acciones desatinadas a nivel regional y nacional. Aunque el objetivo común sea generar crecimiento y bienestar, los países son diversos a nivel interno y externo, haciendo inútil una homologación de recetas económicas para todos.
Si bien pueden ser útiles para tener una referencia, los resultados de los rankings no deben ser vistos como metas en sí mismos. Por otro lado, las estrategias de competitividad deberían determinar cuáles son las fallas del mercado que afectan a las capacidades competitivas, sobre todo la evolución de las dinámicas de ventaja comparativa. Y, asimismo, determinar cuáles son las fallas que pueden abordarse a través de la política gubernamental.
El autor es profesor del Departamento de Estrategia y Liderazgo de EGADE Business School.