Repensando a la Empresa: Más allá de la maximización de ganancias

Muchos hemos experimentado el placer culposo de estrenar un auto. Las cubiertas sobre los tableros, las fundas de plástico y asientos, el “olor a nuevo” que los autolavados venden ahora como esencia. No sé cuántas personas hayan podido estrenar un avión, pero yo pude hacerlo en 2018. En un vuelo doméstico entre Monterrey y la Ciudad de México estrené uno de los flamantes Boeing 737-MAX de Aeroméxico. El avión olía igual que el auto nuevo y hasta pude quitarle la película protectora a las nuevas pantallas de televisión. Fue el primer vuelo comercial de esa aeronave y uno de los primeros del nuevo modelo.

El Boeing 737-MAX era la apuesta del fabricante norteamericano Boeing para competir en el mercado de aeronaves que sirven rutas de mediano alcance y colocarse a la par con el Airbus 380. La aeronave cuenta con nuevos motores, que permiten una mayor eficiencia energética, prometiendo más alcance a menor costo de operación y mantenimiento.

El 29 de octubre de 2018, unos meses después de que estrenara el flamante avión de Aeroméxico, 189 pasajeros abordaron otro 737-MAX de Lion Air, en el Aeropuerto Internacional Soekarno-Hatt de Yakarta. Se sentaron, se abrocharon sus cinturones y se pusieron cómodos. Probablemente, el avión aún olía a nuevo, solo que esta vez, a tan solo unos minutos después de haber despegado, el vuelo 610 se precipitó al mar y se llevó la vida de 189 personas.

Los accidentes aéreos son noticia precisamente porque son raros. Un accidente de una aeronave nueva, lo es más aún. Las investigaciones apuntaban a un problema con un nuevo sistema informático que estabilizaba automáticamente el avión. Boeing apuntó a la impericia de los pilotos, minimizó el problema y prometió revisar el sistema, el cual posiblemente necesitaría solo unas cuantas líneas de código adicionales. El regulador de la aviación en los Estados Unidos tomó nota del accidente, pero no llevó a cabo ninguna acción.

Reconozco que después del accidente de Lion Air volví a volar en el 737-MAX, queriendo creerle a Boeing que el accidente era la culpa de un piloto no experimentado. Pero unos cinco meses después del accidente fatal, el 10 de marzo de 2019, otra aeronave, ahora el vuelo 301 de Ethiopian Airlines se estrellaría en circunstancias similares, quitándole la vida a 157 pasajeros. Esta ocasión, varios países que recién habían recibido al 737-MAX en su flota se apresuraron a prohibir vuelos y tres días después, el regulador norteamericano haría lo mismo.

Con dos accidentes al hilo, en circunstancias tan parecidas, era imposible ocultar lo obvio: había un grave problema en el diseño y operación del avión. Las investigaciones revelaron algo increíble. El moderno motor del 737-MAX tenía dimensiones muy diferentes que resultaba imposible colocarlo en la misma posición que en el modelo anterior. Al tener el fuselaje el mismo diseño, el nuevo motor desestabilizaba la aeronave. Por esa razón, se agregó un sistema que automáticamente nivelaba al avión, permitiendo coexistir el antiguo fuselaje con el motor más eficiente. Diseñar un nuevo avión desde cero cuesta millones de dólares, por eso esta solución de ingeniería representaba la mejor manera de reducir costos y mantener una alta rentabilidad para Boeing.

Sin embargo, esto no termina ahí, pues el 737-MAX se tenía que vender como una nueva versión del antiguo 737. Así, los pilotos no tendrían que pasar por un nuevo entrenamiento, ahorrando miles de dólares a las aerolíneas y más importante, los tiempos de aprobación y autorizaciones del regulador se acelerarían, permitiendo que el avión estuviera en los cielos más rápido. Todo con el fin de maximizar las ganancias.

La investigación demostró que Boeing estaba al tanto de que el sistema de estabilización podía tener problemas, incluso antes del fatal accidente de Lion Air. Tras el segundo accidente era evidente la falla; sin embargo, la empresa incluso buscó justificar esto como incidentes aislados. Quedó plenamente asentado que la empresa ocultó deliberadamente el alcance del nuevo sistema de estabilización para evitar que el regulador lo tratara como un nuevo diseño o que las aerolíneas tuvieran que gastar en entrenamiento para sus pilotos.

El fiasco del Boeing 737-MAX terminó costándole su trabajo al jefe de la compañía, Dennis Muilenburg, y millones de dólares en pérdidas a la empresa y a las aerolíneas que incorporaron al avión en su flota. En noviembre de 2020, el regulador en los Estados Unidos levantó la prohibición de volar el 737-MAX habiendo corregido el problema del sistema de estabilización automática. Casi cuatro años después del fatal accidente, nadie ha pisado la cárcel y las víctimas aún esperan justicia.

¿Por qué hizo esto Boeing? Hay una motivación evidente: el objetivo de maximizar ganancias a toda costa. Este es el argumento de Milton Friedman, profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía, quien abogaba por una empresa cuya única responsabilidad es maximizar ganancias. En la visión del Profesor Friedman, la empresa no es una entidad real a la que puedan atribuirse responsabilidades. Lo que existe son individuos, accionistas que invierten su dinero en empresas y lo menos que esperan es un retorno adecuado. Atribuirle responsabilidades a la firma más allá del compromiso con sus accionistas es un despropósito, una inmoralidad.

Todas las acciones de Boeing muestran que el objetivo era la reducción de costos, aun a expensas de la seguridad e interés de sus clientes. Podemos pensar que la empresa no tiene incentivos para actuar de esta manera, ya que puede generar altos costos como los que efectivamente se incurrieron al tener en tierra a los aviones durante casi dos años. La verdad es que, ante los ahorros que representó para la empresa haber adoptado esta estrategia, evitando los millones de dólares de investigación y desarrollo, el costo por no haber volado en 2019 y 2020 parece ser un pequeño precio. Además, podría ser que la empresa solo tuvo “mala suerte”. Si el sistema hubiera fallado únicamente una vez, o si hubieran pasado años entre el primero y el segundo accidente, seguramente nadie hubiera prohibido al 737-MAX volar y obligar a la empresa a corregir de inmediato un error de diseño fatal. Maximizar las ganancias parece que paga y paga bien.

Sin embargo, podemos pensar que esta es una visión limitada de la empresa, que prioriza la generación de ganancias a corto plazo. Al fin y al cabo, una manera de ver los objetivos de la firma es en términos de generación de valor a largo plazo. Seguramente los accionistas de Boeing piensan que el costo en reputación por este fiasco puede afectar el valor a largo plazo de la compañía y terminen por exigir a su gerencia un accionar más responsable que cuide la calidad y seguridad de sus aviones. En este sentido, la irresponsable y criminal conducta de Boeing es lamentable, pero al fin y al cabo una aislada desviación del verdadero objetivo de la empresa, el cual necesariamente tiene que estar alineado con el interés del mercado.

Bajo esta visión, la firma se autorregula, exigiéndose a sí misma cumplir con ciertos objetivos de responsabilidad social. Esto, bajo el entendido que dichos objetivos están alineados con el mejor interés de sus accionistas y la maximización a largo plazo de su valor.

La empresa socialmente responsable no es una invención nueva. Ya desde los años setenta, Friedman criticaba la visión en favor de la empresa con responsabilidades sociales más allá de la maximización de ganancias. Sin embargo, es una visión que ha ganado adeptos destacados. En 2019, en un artículo del New York Times se anunciaba con bombo y platillo que la maximización del valor para los accionistas, ya no podía ser el objetivo primario de la empresa. Es imperativo maximizar el valor de los actores (stakeholders en inglés) buscando objetivos sociales más amplios. Larry Fink, CEO de Blackrock, una de las empresas de gestión de inversiones más grandes del mundo, suscribió esta visión en su carta anual ese mismo año. Otro ejemplo sobre este movimiento está en el mundo financiero y su renovada exigencia en el cumplimiento de estándares sociales, ambientales y de gobernanza (ESG por sus siglas en inglés).

A primera vista, esta es una visión renovada de la empresa en una economía de mercado moderna, más consciente y preocupada por generar valor no solo para sus accionistas, sino para la comunidad. Sin embargo, desde la cínica perspectiva del Profesor Friedman, esto también podría interpretarse como un intento por parte del empresariado global para adelantarse a consumidores, activistas y sobre todo a gobiernos, para así tomar control de la narrativa de la agenda de la responsabilidad social y marcar el rumbo que esta debería tomar. Después de todo, es en el mejor interés de la maximización de ganancias que Blackrock defina qué está en el mejor interés de la sociedad, que un gobierno.

Soy algo escéptico respecto a la autorregulación y el cumplimiento voluntario de objetivos sociales, sobre todo si estos se contraponen claramente a la generación de ingresos. Todos los días, encontramos ejemplos como la lamentable historia de Boeing y su 737-MAX en el que empresas van en contra del interés de esos stakeholders con tal de minimizar costos y maximizar ganancias.

¿Entonces qué debemos exigir a las empresas? Eric Posner es un destacado jurista norteamericano, profesor en la Universidad de Chicago, curiosamente la misma institución donde encumbraría su carrera Milton Friedman. En 2019, en un artículo en The Atlantic bajo el provocativo título “Milton Friedman estaba equivocado,” Posner critica al Nobel afirmando que la maximización de ganancias no puede ser la única responsabilidad de la empresa. Sin embargo, también critica la visión romántica de la empresa autorregulada y socialmente responsable.

Posner concluye que la responsabilidad mínima de la empresa es y siembre debe ser cumplir la ley. Al fin y al cabo, una sociedad donde esto no suceda terminará por minar las bases mismas que permitieron que la empresa surgiera y prosperara. La firma, al contrario de lo que piensa Friedman sí existe. Es una institución, con historia, derechos y responsabilidades otorgados por nuestro sistema jurídico, que existe en un entorno social, al cual, como mínimo, debe respetar.

Sin embargo, el economista neoclásico duro, aún deseoso de defender el legado del Profesor Friedman, podría argumentar que las leyes no son inmutables; estas pueden y deben adaptarse. Además, existen mejores y peores leyes. Si la empresa tiene la responsabilidad de cumplir con la ley, ¿por qué no abogar por leyes que sean más favorables para la maximización de ganancias?, ¿qué impide que el sistema legal maximice los beneficios de las empresas?

Es un buen punto, pero la verdad esta idea es equivalente a poner la carreta delante de los caballos. La ley es el sustento del tejido institucional de una sociedad, pensar que la ley debe moldearse con el único objetivo de beneficiar a las empresas es en todo caso miope. Sin embargo, hay que recordar que en la Teoría de la Firma que postula la economía neoclásica, la maximización de ganancias es un supuesto, no una predicción científica. En todo caso, esta propuesta no es más que una aspiración normativa sobre cómo, algunas personas, quisieran que fuera el mundo. Otras personas podrían querer que la ley, tuviera como fin el maximizar las libertades o alcanzar la justicia, siendo todos estos objetivos normativamente válidos.

Finalmente, un elemento fundamental en la discusión sobre la ley y los fines de la empresa lo podemos encontrar en la dimensión institucional. Ubi emolumentum ibi onus, donde está la ganancia, está la responsabilidad. Es un principio del derecho romano, que afirma con toda claridad que quien genera ganancias, tiene una responsabilidad. Un principio que han heredado todas nuestras instituciones y es aceptado universalmente como el estándar de lo que debe y no debe hacer la empresa.

Esa responsabilidad de la empresa se materializa en las economías de mercado modernas en principios tales como la responsabilidad civil, la negligencia y el deber de cuidado. Un ejemplo muy ilustrativo es el caso de Donogue vs. Stevenson de 1928. Este caso es conocido como el "Caracol de Paisley" e involucra a la Sra. May Donoghue, quien tomó una botella de cerveza de jengibre en un café en Paisley, Escocia. Sin saberlo ella o nadie más, un caracol estaba dentro de la botella. La Sra. Donogue enfermó y luego demandó al fabricante de la cerveza de jengibre, el Sr. Stevenson.

¿Por qué el fabricante de cerveza tendría culpa alguna, si él no metió al caracol en la botella a propósito? ¿Si se culpa al Señor Stevenson no estaríamos ante un fallo judicial que afecte el clima de negocios? ¿No debería la ley reconocer que este fue un accidente desafortunado sin culpables? A diferencia del lamentable caso del Boeing 737-MAX en el que nadie asumió responsabilidades, en el caso del Caracol de Paisley, la Cámara de los Lores falló en favor de la Sra. Donoghue hallando al Sr. Stevenson responsable de asegurarse que sus productos fueran seguros para su consumo.

Este caso es un precedente fundamental en la responsabilidad civil, reafirmando una institución que aceptábamos cómo válida ya desde tiempos de la antigua Roma, estableciendo el deber de cuidado que tienen los fabricantes hacia los consumidores. Tristemente, casi 100 años después, Boeing evadió esta responsabilidad tan básica en la tragedia del 737-MAX, costándole la vida a 346 personas. Muy tristemente, estamos en un momento en donde si un pasajero de Lion Air hubiera encontrado un caracol en su soda, este habría tenido más suerte en este caso, que en la demanda a Boeing por negligencia en el diseño del avión.

¡Por supuesto que las empresas tienen que hacer dinero! Negar esta realidad es una tontería. Sin embargo, las empresas son instituciones complejas, compuestas por múltiples actores, con diferentes objetivos y motivaciones. La economía hace un gran trabajo en caracterizar esta institución en un modelo simple y fácil de entender, sin embargo, es fundamental reconocer que la firma neoclásica es una abstracción que solo permite explorar aspectos sumamente limitados sobre las empresas. La Teoría de la Firma parte del supuesto en que la empresa es una entidad unidimensional que solo maximiza ganancias, sin embargo, este es solo un supuesto que nos permite construir una teoría capaz de describir ciertos aspectos de la realidad, con un poder predictivo razonable.

La Teoría de la Firma está muy lejos de ser una teoría terminada, esta excluye muchas dimensiones importantes del mundo productivo y otras ni siquiera las entiende por completo. Mucho se puede beneficiar la economía al incorporar elementos de otras disciplinas sociales sobre la visión de la empresa, adoptando enfoques multidisciplinarios que, por ejemplo, consideren su dimensión legal para mejorar la comprensión de su actuar.

Por último, así como es una tontería negar que las empresas tienen que hacer dinero, es un despropósito proponer que el conjunto de nuestras instituciones políticas y sociales tienen como único objetivo crear un entorno que permita hacer a las empresas la mayor cantidad de dinero. Nuestros sistemas sociales son mucho más que eso. La realidad es que la firma debe operar bajo una dimensión ética y normativa que al menos respete y preserve el entorno institucional que le permitió existir en primera instancia. Esta dimensión normativa, la cual generalmente es olvidada por la economía neoclásica que enseñamos en nuestras aulas, es indispensable si es que aspiramos a imaginar un mundo más próspero, más sustentable y más justo.

 

El autor es profesor en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey e investigador del Grupo de Trabajo sobre Nearshoring de la Escuela de Negocios y EGADE Business School.

 

Referencias

  1. Associated Press (2019) Top US CEOs Rethink the Meaning of Shareholder Value. New Tork Times.
  2. Friedman, M. (1953). Essays in positive economics. University of Chicago press
  3. Friedman, M. (1970). The social responsibility of business is to increase its profits. New York Times Magazine
  4. Heuston, R. F. (1957). Donoghue v. Stevenson in retrospect. The modern law review, 20(1), 1-24.
  5. Langewiesche, W. (2019). What really brought down the Boeing 737 Max. The New York Times Magazine, 18.
  6. Larry F. (2019) Larry Fink’s 2019 letter to CEOs: Purpose and profit. Blackrock
  7. Posner, E. (2019) Milton Friedman Was Wrong. The Atlantic

 

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