El 2020 ha sido un año de retos: nos hemos visto inmersos en la incertidumbre, la volatilidad, el cambio. Si se me permite el símil, ha sido como un clavado por sorpresa a los grandes desafíos del siglo XXI, como si nos hubieran empujado de la plataforma y nos pidieran que hiciéramos dos mortales, en posición de encogido… sin haber practicado jamás.
Si bien estas condiciones globales nos afectan a todos, las mujeres parecen estar llevándose la peor parte, tanto en lo laboral, como en el ámbito doméstico, especialmente quienes son mamás. Durante las últimas décadas, las cifras de inclusión y diversidad laboral habían mejorado. Poco a poquito iba aumentando el porcentaje de mujeres en puestos directivos y consejos directivos, así como el número de mujeres que llegan a la cima de las grandes empresas en todos los sectores: tecnológico, automotor, de servicios, etc.
En México los datos apuntan a que sólo el 17% de los directivos de empresas son mujeres, y una de cada 10 alcanza el puesto de CEO. Pero estos pequeños avances están en riesgo a causa de la pandemia. ¿Por qué? La respuesta es tan obvia y trillada que fastidia como una piedrita en el zapato: por los estereotipos de género.
Desafortunadamente, los estereotipos siguen influyendo. Los roles tradicionales de hombres y mujeres lastran el avance de las mujeres hacia puestos de liderazgo. Si hay enfermos en casa, la mamá se convierte en enfermera; si se cierran las escuelas y las guarderías, hay que cuidar a los hijos en casa –si son pequeños, hay que orientarlos y apoyarlos, si son adolescentes guiarlos y modelar un manejo inteligente de la gestión de las emociones, que se disparan ante tantos días sin convivencia con amigos por el aislamiento—
Las parejas que ya avanzaron en el terreno de la igualdad negocian quién apoya a quién y cuánto tiempo. Sin embargo, las estadísticas sobre la distribución del trabajo doméstico no remunerado siguen siendo abrumadoramente diferentes y sesgadas hacia las mujeres (en una proporción de 3 a 1). Siguiendo este razonamiento, el escenario pareciera abrir oportunidades para quienes no tienen hijos… siempre y cuando no estén a cargo de sus padres o de otros familiares dentro de la población de riesgo.
¿Cómo cambiar este escenario?
Necesitamos darnos cuenta de estos sesgos inconscientes. Identificar los modelos mentales que restan poder al género femenino es una tarea muy importante que nos compete -y nos conviene -a todos. Si en nuestro país se cerraran las brechas de género, de acuerdo con el reporte Women matter (2018) de McKinsey, se calcula que habría un incremento del 70% en el PIB y un 55% en la rentabilidad en las empresas líderes gracias a la representatividad de las mujeres en los Comités Ejecutivos.
Algunos foros señalan que México es uno de los peores países para ser mujer. Como mexicana, esta aseveración despierta en mi un fuerte impulso a la acción y la pregunta que resuena en mi interior es: ¿qué puedo hacer desde mi trinchera?
La primera es querer darnos cuenta. Las mujeres nos distinguimos por esta power-skill que es la esencia del liderazgo consciente: reconocer qué talentos tenemos para ofrecer a nuestra organización, a la comunidad, a la familia, al país, al mundo. Y aunque no es un atributo exclusivo de nuestro género, sino un elemento del autoconocimiento que hace brillar a todos los líderes, cuando una mujer alcanza la cúspide de las organizaciones e imprime en su gestión la empatía, la capacidad de trabajar colaborativamente, de escuchar con apertura, de construir redes de apoyo, entonces reconocemos que está liderando de manera distinta: está siendo inclusiva, inspiradora y auténtica.
Estos atributos son los que demanda el mundo actual. El renombrado historiador Yuval Harari, escribió en un artículo para la revista Time, al inicio de la pandemia, que se necesita ejercer un liderazgo confiable para controlarla. La confianza es la base de toda relación humana y un líder necesita construirla para ejercer una influencia efectiva. Las mujeres, desde nuestra postura conciliadora, podemos aportar este elemento clave a la solución de la crisis actual: recuperar la confianza entre unos y otras para cimentar un nuevo tipo de influencia, un liderazgo femenino consciente.
Muchos empleos se han perdido y muchos emprendimientos han surgido. Las startups lideradas por mujeres son una respuesta a la necesidad de balancear el tiempo, para gestionar exitosamente los roles que nos importan como persona. Emprender, ser líderes, abre la posibilidad de mantener la autonomía económica y transcender con una actividad que nos llene de significado e impacto positivo en nuestro entorno. Prepararnos al estudiar un posgrado abre también nuevas puertas.
Hemos escuchado muchas veces que toda crisis esconde el regalo de una oportunidad. La envoltura de este presente para las mujeres conlleva el compromiso de romper los propios modelos mentales limitantes, identificar los sesgos inconscientes de los estereotipos y atrevernos a escalar todos los peldaños hasta llegar a la cumbre de nuestros sueños. Necesitamos apoyarnos unas en otras, crear redes de sororidad, ser honestas, pensar críticamente, dar los pasos necesarios para mantener los logros y multiplicarlos. En fin, necesitamos ser el cambio que queremos ver en el mundo.
Artículo originalmente publicado en Alto Nivel.