El cambio social es el resultado de complejos conjuntos de acciones, reacciones e interacciones. En el actual escenario global caracterizado por altos niveles de polarización política, falta de confianza institucional y pérdida de los valores democráticos, resulta imperioso repensarnos como agentes de cambio social, capaces de aportar y ser generosos con la sociedad. Para generar el cambio social, primero necesitamos profundizar en el trabajo en equipo, un aprendizaje que empieza en la escuela y se potencia en la universidad, así como en los valores filantrópicos que nos empujan a la generosidad.
Recientemente, tuve la oportunidad de asistir a un congreso sobre el rol del tercer sector en democracia, donde se recalcó el papel del ecosistema filantrópico y la sociedad civil en la promoción del cambio social. La filantropía surge de las necesidades sociales y del interés de grupos específicos que se visualizan como agentes de cambio para aportar a la transformación de la sociedad. ¿Pero qué implica exactamente ser agentes de cambio social?
Mi asistencia al congreso me dejó varias reflexiones que me gustaría compartir con ustedes: 1) todos somos los agentes de cambio; 2) los cambios sociales son necesarios; y 3) podemos aportar desde lo individual hasta lo colectivo.
De acuerdo con la literatura, un agente de cambio es quien puede propiciar un cambio social. Entonces, si agentes de cambio somos todos aquellos que creemos que la sociedad en la que vivimos y a la que pertenecemos puede y merece cambiar, ¿cuál es nuestro papel para lograr dichos cambios? El cambio social depende del resultado de las interacciones sociales, las normas, los valores y las instituciones.
Los cambios son necesarios porque las sociedades evolucionan, los valores cambian, se adaptan al contexto y la coyuntura. Las sociedades maduran o involucionan (todo es posible), pero en algún punto es necesario desaprender y volver a aprender.
Volver a lo colectivo significa volver a pensarnos como individualidades dentro de un todo, a ser conscientes de que la sostenibilidad ambiental y social son necesarias, que un mundo mejor es posible y debemos poner lo mejor de nosotros mismos. En este sentido, es importante utilizar el poder y la imagen de organizaciones de confianza para generar y compartir recursos, valorar los cambios graduales que ascienden a un progreso más significativo, trabajar asimismo con organizaciones cuyos cambios no son graduales, sino disruptivos, para garantizar un efecto de flanco bien organizado y estratégicamente planificado.
Dado que todos somos agentes de cambio y las acciones filantrópicas son parte del comportamiento social, podemos aprender compartiendo importantes lecciones prácticas de diferentes campos y de una diversidad de orígenes. Por ejemplo, si nos reunimos para fomentar el compromiso de los jóvenes en la acción colectiva y buscamos una mayor redistribución del poder en las instituciones democráticas, podemos enseñar valores filantrópicos desde muy temprana edad.
Los valores filantrópicos son principios éticos que impulsan a las personas o a las organizaciones a realizar acciones destinadas al bienestar de los demás sin esperar una recompensa material. Se basan en la noción de altruismo, generosidad, empatía responsabilidad social, entre otras.
Por estos motivos, resulta fundamental potenciar el papel de las instituciones educativas y universidades en la transformación del statu quo de la generosidad.
La autora es líder de la Cátedra de Filantropía e Inversión y profesora investigadora de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.
Artículo publicado originalmente en Alto Nivel.