No se puede entender la situación geopolítica actual sin comprender el papel histórico de Mijail Serguéyevich Gorbachov, Premio Nobel de la Paz (1990), a quien le tocó cerrar la puerta a un utópico experimento económico-social que costó la vida a “más de 94 millones de personas”, de acuerdo con el libro titulado El libro negro del comunismo.
El experimento comienza a principios del siglo pasado. De acuerdo con History National Geographic “El primer indicio de que estaba sucediendo algo importante se vio en la celebración del Día Internacional de la Mujer, en febrero de 1917 en San Petersburgo, aunque su líder, Lenin, estaba exiliado desde 1905.
Bajo el zar Nicolás II, en el trono desde 1894, hubo hambrunas en el campo y se agravó la explotación y la miseria en las ciudades. El 2 de marzo de 1917 renunció al trono. Para el 3 de abril Lenin llegó con su decálogo de propuestas, la Tesis de abril, para reclamar todo el poder para los sóviets.
Para 1922, Stalin (“hombre de acero” en ruso, no su verdadero nombre) se convirtió en el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética hasta la supresión del cargo en 1952, poco antes de su muerte. Ha sido repudiado en numerosas ocasiones ya desde 1956 inclusive por uno de sus sucesores, Nikita Jrushchov.
A Jrushchov, Castro le ofreció la cercanía geográfica de Cuba para que, en plena guerra fría, instalara misiles nucleares a unas cuantas millas de Miami y con alcance a buena parte de los Estados Unidos. Ese fue el origen del bloqueo por el que ahora se rasgan las vestiduras, pero muy a su estilo, lanzan la piedra -con la izquierda- y esconden la mano.
De ahí, podemos pasar a 1989, cuando las famosas palabras de Reagan: “Sr. Gorbachov, tire esa pared” en referencia a la caída del muro de Berlín, marcan el inicio del fin del fallido experimento. En esos tiempos, en Polonia, un líder sindical Lech Walesa, quien recibió el Premio Nobel de la Paz por conducto de su esposa, puesto que estaba en arresto domiciliario, logro la caída del comunismo en Polonia.
Gorbachov impulsó dos cambios ideológicos; la Glásnost -liberalización del poder político, incluyendo, ¡oh, atrevimiento!, libertad para los individuos- y la Pereztroika, que pretendía ser una “revolución desde “arriba”, llevada a cabo por la nomenklatura soviética (grupos dirigentes del partido) que realmente querían justificar su estilo de vida burgués, puesto que el grupo gobernante gozaba de privilegios a los que no podía acceder el ciudadano común. Siguen iguales: viven como reyes, ellos, sus hijos, nietos y seguro les alcanza hasta para varias generaciones …. hasta que el pueblo bueno se harta.
Ya desde la rebelión en la granja, de Orwell, quien “vio que la Unión Soviética no era el paraíso proletario que habían vendido tan bien los revolucionarios [los izquierdistas, si no se dedicaran a lo político, tendrían un excelente futuro en la mercadotecnia: convencen hasta a los muertos de votar por ellos], sino lo mismo de siempre: un sistema de opresores y oprimidos”. Se postulaba el tan malvadamente vigente “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”.
Pero el comunismo y sus derivaciones han fracasado. Quienes siguen trasnochadamente creyendo en esas utopías -con las variaciones sobre el mismo tema- no quieren ver que sus economías lo único que logran es convertirse en expulsores de migrantes que van a países desarrollados. Esos países son desarrollados por la economía de mercado que tienen con los debidos contrapesos y con un estado fuerte. Pero hágaselos entender, he ahí el dilema.
El autor es profesor de Finanzas de EGADE Business School.
Publicado originalmente en El Financiero.