Esas son las siglas de Medioambiente, Social y Gobernanza Corporativa por sus siglas en inglés (Environment, Social and Governance) y es lo (no tan último) que se les pide a las empresas tanto por sí mismas, como lo que más y más inversionistas están solicitando para sus inversiones en un círculo virtuoso. Se tienen que tomar en cuenta el como afecta la empresa al medio ambiente, las repercusiones de las actividades económicas en la sociedad en general y en las comunidades en las que opera la empresa, así como las buenas -necesarias, dijo el otro- prácticas de gobierno corporativo: el como se administra la empresa.
Hay varios antecedentes. Santander, en un muy bien artículo de educación financiera, nos dice que la “inversión sostenible hace referencia a una filosofía de inversión ética … llegó para quedarse a finales de los años 60 [cuando] la Guerra de Vietnam … provocó una ola de protestas universitarias por todo Estados Unidos. Los jóvenes estudiantes exigían a sus universidades que acabaran con sus inversiones en empresas militares. A final de la década de los 90 … se decidió lanzar el Dow Jones Sustainability Index … Poco después, la ONU dio un gran paso con la puesta en marcha de los Principios Para la Inversión Responsable”.
John Elkington en 1994, creó el concepto que podemos traducir como la triple utilidad neta: la financiera, digamos la tradicional, la utilidad neta medio ambiental, así como la utilidad neta social.
En un interesante y reciente artículo de la OECD, citándolo como lo solicitan: Boffo, R., and R. Patalano (2020), “ESG Investing: Practices, Progress and Challenges”, OECD Paris, plantean dos extremos: el “tradicional” por el que las empresas tienen que maximizar el valor para los accionistas y que -atinadamente- indican que se asume que la eficiencia de los mercados de capitales (en su más amplia acepción) canalizará los recursos económicos a aquellas inversiones más productivas creando desarrollo económico y bienestar a la población.
En el otro extremo, sitúan a las entidades puramente filantrópicas, cuyo único propósito es el apoyo desinteresado a los sectores más necesitados de la población. Desde luego es algo loable, pero en un diplomado organizado por la EGADE y BBVA en apoyo a ONG, les daba una plática de temas financieros comentando que no se deben olvidar de la permanencia de sus propias entidades porque no es que haya una fila de personas o empresas que le entren al quite si desafortunadamente tuvieran que cerrar sus puertas. Como muchas cosas en la vida, no hay blanco y negro, sino una mezcla.
“La inversión ESG se centra en maximizar los rendimientos financieros y utiliza factores ESG para ayudar a evaluar los riesgos y las oportunidades, en particular a medio y largo plazo.” Nos dice el mencionado reporte que incluye también indicadores: “En USA, el nivel actual de inversión ESG es de más del 20% de todos los activos gestionados profesionalmente, US$ 11 billones. En Europa … el nivel es de más de US$ 17 billones.” Los drivers de las inversiones son un 77% por consideraciones morales, 14% por consideraciones de riesgo, un 6% por generar alfa y 3% por otras razones.
En México está el índice S&P/BMV Total México ESG, que mide el rendimiento de las acciones elegibles considerando puntuaciones del Pacto Mundial de Naciones Unidas y las propias de ellos. Excluyen empresas que produzcan tabaco y armas convencionales entre otras. No nos olvidemos que también están también los bonos verdes.
¿Quién dice que los mercados y los inversionistas son avorazados malditos capitalistas que quieren todo para sí? Lo dice la ignorancia: menos face y más análisis.
Publicado originalmente en El Financiero.