¿Despedir al PIB para ser felices?

AMLO insiste en jubilar al PIB, un tema que no es nuevo: economistas dicen que el fin de los gobiernos debe ser la felicidad de la ciudadanía, no el crecimiento

Al presidente le gusta hablar de la felicidad. Cuestionado recientemente sobre el decrecimiento económico desatado por el COVID-19, se pronunció por eliminar la medición del PIB y en su lugar enfocarse en el bienestar y la felicidad de la población.

Pese a la controversia que suscitó, el tema no es nuevo. Economistas europeos y estadounidenses llevan décadas argumentando que el propósito de los gobiernos debiera ser, no el crecimiento económico, sino la felicidad de la ciudadanía. Hasta Joseph Stiglitz ha producido dos libros proponiendo que nos deshagamos del PIB, reemplazándolo por métricas que reflejen el consumo de recursos naturales y el bienestar de las personas.

Stiglitz advierte que estamos viviendo tres crisis –climática, de desigualdad y de sobrevivencia de nuestras democracias– que el PIB no refleja y ante las cuales resulta una herramienta inútil. Por su lado, el británico Richard Layard, una de las voces más importantes en este movimiento, aduce que el crecimiento económico no conduce a la felicidad puesto que no somos enteramente racionales: el ingreso relativo cuenta tanto o más que el absoluto –nos importa no solo ganar más, sino superar al vecino–, la gente que gana más se acostumbra a su ingreso y por lo tanto va derivando menor placer de él, y las preferencias son cambiantes, depreciando psicológicamente nuestros bienes: el auto que adquirí el año pasado es ya un modelo viejo y hoy más bien quiero un convertible. De ahí que Layard proponga que los impuestos sean usados no solo para la recaudación fiscal o la redistribución del ingreso, sino también para encaminar el comportamiento de la gente a actividades más propicias para su felicidad y salud mental (como trabajar menos).

Tanto Layard como Stiglitz abrevan de Richard Easterlin, un economista que en los años setenta postuló que al menos en la Unión Americana la felicidad de la gente llegaba a un tope al ganar 75 mil dólares al año. Por encima de esa cifra no parecía haber correlación entre felicidad e ingreso. Y si bien hay aún mucha controversia en torno al argumento de Easterlin, la idea de que el dinero no compra la dicha –después de cierto punto– ha sido lo suficientemente aceptada para generar en varios países, particularmente europeos, el diseño de políticas sociales y urbanas enfocadas en aumentar la felicidad por otras vías.

Lo que estos gobiernos hacen es doble: miden la satisfacción auto-reportada entre su población y atienden aquellos factores que se han identificado como más conducentes a un estado emocional de bienestar. ¿Cuáles son? Seguridad pública, seguridad económica, acceso a áreas verdes, calidad del aire, el aprendizaje, menor ruido urbano, cortedad en el traslado al trabajo y actividades recreativas en compañía de otras personas. 

México no sale bien librado en varios de estos determinantes. Pero nuestro país, como gran parte de Latinoamérica, presenta una curiosa inmunidad a la desdicha, sustentada en la importancia que damos a nuestras relaciones sociales. Esto se ve en índices mundiales como el World Happiness Report, donde México ocupa el lugar #23, o el Happy Planet Index, donde México rankea como #2, solo debajo de Costa Rica.

La sorprendente “felicidad mexicana” es celebrable, pero no debe llevarnos a descuidar la imperiosa necesidad de contar con más recursos económicos para elevar a la mitad de la población sumida en la pobreza, ni la oportunidad de tener gobiernos atentos a los demás determinantes del bienestar –más ligados a buenos servicios públicos que al ingreso económico–, como sucede en Europa.

Bienvenido el debate sobre el tipo de sociedad que deseamos y cómo medir y alentar un progreso más sabio y sostenible. Ahí sin duda el PIB se ha quedado corto, como apunta el presidente. Pero lo que venga no podría ni remotamente ignorar el desempeño económico del país, ni debería reducir la sujeción del gobierno a métricas de cumplimiento. Pues sin una vigorosa actividad económica o un gobierno eficaz no habrá cómo hacer feliz a nadie, se mida como se mida.

Originalmente publicado en Fortune en Español.

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