En realidad, el INEGI no lo llama desempleo sino desocupación y tiene tres medidas. La primera es la Tasa de Desocupación (TD) “…porcentaje de la Población Económicamente Activa (PEA) que no trabajó siquiera una hora durante la semana de la encuesta, pero manifestó su disposición para hacerlo e hizo alguna actividad por obtener empleo”. Se mide a través de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo y al 26 de marzo, fue de 3.7 por ciento, ligeramente superior año a año. Representó poco menos de dos millones de personas.
La segunda es la Tasa de Subocupación: “… porcentaje de la población ocupada que tiene la necesidad y disponibilidad de ofertar más tiempo de trabajo de lo que su ocupación actual le demanda”; Sí creció: pasó de 6.8 por ciento el año anterior a 9.3 por ciento este año. Fueron poco más de cuatro millones de personas.
La tercera es la Tasa de Informalidad Laboral: “…población ocupada que es laboralmente vulnerable por la naturaleza de la unidad económica para la que trabaja…”. Se redujo, pero la proporción es muy alta: 56.3 por ciento.
La descripción del INEGI nos hace ver más clara su realidad: “… agrupa todas las modalidades de empleo informal (sector informal, trabajo doméstico remunerado de los hogares, trabajo agropecuario no protegido y trabajadores en modalidades fuera de la seguridad social)” y fueron poco más de 31 millones de personas.
Contrastemos con Estados Unidos. En el mes de marzo, el número de puestos de trabajo decreció en poco más de 700 mil empleos, la mayor destrucción de empleo desde la crisis del 2008- 09. Eso hizo que el desempleo subiera de 3.5 por ciento a 4.4 por ciento, el mayor incremento de un mes desde 1975, de acuerdo al Wall Street Journal. Está muy lejos todavía del más de 10 por ciento de desempleo que se tuvo en la mencionada crisis, pero apenas estamos empezando a sentir los estragos de la pandemia, ojalá que no dure mucho y que no siga el ritmo de destrucción de empleo. Lo hemos mencionado, no hay palabras para describir el incremento de las solicitudes de seguro de desempleo: 3.3 millones hace dos semanas y seis millones esta última semana.
De ahí el paquete sin precedente que ha implementado el gobierno americano, digno de imitarse, con las proporciones debidas, claro está por que la nuestra es “apenas” la doceava economía mundial y ellos son la primera.
Desafortunadamente -y antes de que se de a conocer el paquete que pudiera apoyar el empleo, si es que hay algo- en México es un tema de ideología, dogmatismo y resentimiento: la iniciativa privada somos fifís corruptos que antes no decíamos nada y que nos merecemos esto y más. Si se tiene un pequeño patrimonio, de seguro fue adquirido corruptamente, y es hora de repartirlo al pueblo para que todos estemos igual y nos va a dar coronavirus porque al pueblo bueno y a los pobres de corazón -aunque millonarios de la cartera- no les da y deberíamos seguir el ejemplo de Slim que va a seguir pagando la nomina tengamos o no ventas. Tienen razón, eso nos pasa por querer emprender algo, por dar empleo. Ilusos que somos.
Se le haría un bien al país si se fomentara que los trabajadores pusieran sus propias empresas en forma de cooperativas y así vivieran en carne propia lo que se pasa del otro lado del mostrador. Probablemente no les va a quedar de otra si hay cierre masivo de empresas.
Un caricaturista del apogeo del PRI, Abel Quezada pintaba muy bien esta realidad: los trabajadores ven al empresario como quien está hasta arriba y lo tienen que cargar; el empresario se siente que tiene la responsabilidad de cargar y sacar adelante la empresa. Vamos en el mismo barco.
Publicado originalmente en El Financiero.