Esta semana la atención mediática se ha centrado tanto en la reunión del G20 en Brasil como en la COP29 en Azerbaiyán (la conferencia anual de las Naciones Unidas sobre cambio climático). Ambas se conectan por demandar una mayor cooperación de los países ricos ante los desafíos globales. En el caso de la COP29, se busca acordar un nuevo objetivo de financiamiento climático, un reto mayúsculo, ya que según el World Economic Forum, se requieren más de 200 mil millones de dólares al año para hacer frente al cambio climático. Sin embargo, hasta ahora solo hemos alcanzado una pequeña parte de esa cifra y los compromisos que se adopten en Bakú probablemente no serán suficientes.
Con cada nueva evidencia de que el cambio climático no es una amenaza abstracta, la realidad nos exige la transformación radical de nuestro modo de vida y, sobre todo, de la forma como operamos nuestras empresas. No se trata de adoptar compromisos que de antemano sabemos que no cumpliremos, sino de plantear un cambio estructural en nuestro funcionamiento como organizaciones y sociedad.
Más allá de la mitigación para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, hay dos conceptos fundamentales asociados a la crisis climática que atañen especialmente a las empresas: la adaptación y la resiliencia. Los efectos del cambio climático ya están aquí, y adaptarnos no implica solamente reaccionar a ellos, sino desarrollar una capacidad anticipativa para sobrevivir en un mundo en constante cambio. Esta capacidad debe integrarse en múltiples frentes: en la forma en que diseñamos nuestras ciudades, planeamos nuestras cadenas de suministro y gestionamos nuestras operaciones empresariales. Por su lado, la resiliencia no debe limitarse a volver a la normalidad después de una crisis, pues la “normalidad” ya no existe. Ser resilientes significa centrarnos en nuestra continua capacidad de reinvención.
Adicionalmente a estas dos capacidades, es crítico examinar el papel del sector financiero para facilitar la acción climática, como se ha discutido en Azerbaiyán. Destinar fondos a proyectos etiquetados como “verdes” o “sostenibles” fue solo el principio, hoy debemos ir más allá en la movilización de recursos para luchar contra el cambio climático. En México, se dio un paso importante en 2023 al crear la taxonomía sostenible, pero hemos de evitar que se convierta en una simple transliteración de estándares internacionales sin impacto real.
Si bien es cierto que las grandes corporaciones tienen suficiente músculo financiero para adaptar sus operaciones e inversiones a dichos estándares, el desafío es incluir a las empresas de menor tamaño, que constituyen el núcleo de nuestro tejido empresarial y, en general, carecen de acceso a financiamiento asequible. Excluir a las pequeñas y medianas empresas de esta transición no solo afecta a su crecimiento potencial, sino que limita el escalamiento de soluciones sostenibles para el conjunto de la economía. Por ello, el sector financiero debe jugar un rol más proactivo, desarrollando productos financieros que además de ser accesibles, se ajusten a la realidad de las pymes. En definitiva, el reto es crear un ecosistema que permita e incentive a las pymes a acceder a financiamiento, lo que implica simplificar los requisitos y optimizar la transparencia.
Por último, emplazo a las empresas a dejar de ver la sostenibilidad como una carga o un sacrificio. Por el contrario, ésta es una magnífica fuente de innovación y diferenciación en el mercado. Las empresas no pueden continuar operando con la idea de que las soluciones climáticas son un mero complemento a las operaciones diarias, necesitan repensar sus modelos de negocio en su totalidad, incorporando la sostenibilidad en el núcleo de su estrategia.
Las organizaciones que logren integrar las capacidades de adaptación y resiliencia serán quienes lideren en un contexto donde la sostenibilidad no será únicamente una ventaja competitiva, sino una condición sine qua non. Este desafío no es solo responsabilidad de los gobiernos, es un reto colectivo, en el cual el sector privado puede asumir un rol fundamental.
Como lo ha expresado en la COP29 el secretario ejecutivo de Cambio Climático de la ONU, Simon Stiell, debemos “dejar el teatro y ponernos manos a la obra”. No podemos seguir pateando la pelota hacia adelante. Si no actuamos hoy, mañana será demasiado tarde. Y la cuenta, al final, no será solo económica, sino existencial. ¿Estamos dispuestos a pagar ese precio?
El autor es decano de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.
Artículo publicado originalmente en Forbes México.