La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del 2021 –también conocida como COP26—, llega en un momento complejo, todavía sumidos en una pandemia global, donde la inequidad climática se encuentra con la desigualdad de las vacunas y, a pesar de ello, hay varias ambiciones a alcanzar.
Para la COP26, los cuatro objetivos principales se han definido, palabras más palabras menos, con metas de reducción de emisiones, conservación ambiental, un llamado al sector financiero a participar y un recordatorio de coordinación y compromiso. Algunos de estos temas están en la agenda de la conferencia desde hace varios años.
El primer objetivo es asegurar que lleguemos a la meta de cero emisiones netas globales (net zero) para mediados de siglo y no incrementar la temperatura global promedio en más de 1.5 grados Celsius. Pero ni siquiera este indicador se ha logrado acordar del todo, ya que los políticos y diplomáticos inicialmente se decantaban por un mucho menos ambicioso 2.0 grados Celsius, mientras que la comunidad científica se sostenía firme en 1.5. En todo caso, parece que ninguna de esas ambiciones sería alcanzable en sentido práctico.
Si bien el objetivo de cero neto –previamente propuesto por algunos líderes del sector financiero con el fin de reducir por completo los gases de efecto invernadero producidos por la actividad humana— se antoja difícil, nunca antes se contaba no solo con la intención política, sino también con la cartera de grandes capitales para apoyarlo. Este tema se viene empujando desde hace años, pero ahora es el sector financiero quien queda al timón del barco poniendo el dinero donde están las palabras, como se suele decir en inglés.
Por otro lado, las ambiciones han pasado de buscar un objetivo de 2030 a uno de 2050. Ya se hacía cuesta arriba llegar –no por nada llevamos más de un cuarto de siglo discutiéndolo—, pero el clima ya está cambiando y seguirá cambiando incluso a medida que reduzcamos las emisiones, con efectos devastadores, incluso si alcanzáramos el objetivo del net zero de inmediato.
Sin embargo, necesitamos tomar acciones que nos permitan adaptarnos para proteger comunidades y hábitats naturales, y ese es justamente el segundo objetivo de la COP26. El problema: en un entorno de pandemia donde las vacunas no llegan a todos y con una economía global frágil, las prioridades se comienzan a contraponer. Y esto tomando en cuenta que algunos efectos del cambio climático ya se entienden como inevitables y necesitamos afrontarlos, ya no como una estrategia de reducción, sino a nivel de adaptación y resiliencia para poder vivir con ellos.
Por ello, otro de los objetivos es movilizar el sector financiero. Las instituciones financieras internacionales deben desempeñar su papel y trabajar para liberar los billones de dólares en el sector público y privado para asegurar el cero neto global. Una solución que toma la forma de un cheque con muchos ceros se sustenta en un compromiso igual de amplio que esa promesa.
Hay mucho que discutir durante la COP26, sobre todo acerca de cómo aterrizar los temas pendientes del Acuerdo de París. El llamado es a la cooperación para trabajar en conjunto y obtener resultados. El cuarto de los objetivos también nos habla de finalizar el reglamento (Rulebook) de París, que son las reglas detalladas que hacen operativo el acuerdo de la COP21, de 2015. Es decir, lo que no se termina de coordinar después de cinco años.
Ahí se alcanzaron acuerdos que permitirían desarrollar mercados de carbono mucho más confiables y robustos o compromisos de los países desarrollados para apoyar con cientos de millones de dólares anuales a temas relacionados con las finanzas verdes en países en desarrollo.
Estos temas requieren la colaboración entre gobiernos, empresas y sociedad civil para acelerar la acción para abordar la crisis climática, pero se han quedado hasta ahora en buenas intenciones. La COP26 llega con importantes retos para el futuro del planeta, pero también para mostrar si estamos dispuestos a poner el dinero donde están las palabras.
El autor es profesor de planta de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Expansión.