Representar a México ante una audiencia global de más de 500 líderes del sector fotovoltaico fue una experiencia desafiante y enriquecedora. En la segunda edición de la Global Installer Summit, organizada por la división solar de Huawei y celebrada en China, compartí una visión sobre el futuro energético de nuestro país, basada en datos, experiencias y aprendizajes desde el terreno. Además, tuve el honor de obtener el cuarto lugar mundial en el Best Installer Contest.
México posee uno de los mayores potenciales solares del planeta: más del 70% del territorio nacional recibe más de 4.5 kilovatios por metro cuadrado de radiación solar. En 2023, la capacidad fotovoltaica instalada alcanzó los 9.4 gigawatt; las proyecciones indican que esta cifra podría triplicarse hacia 2030 si se cumplen los objetivos de transición energética. Sería un salto histórico en apenas cinco años.
La urgencia de transformar cómo producimos y usamos la energía
Pero alcanzar esa meta no se trata solo de instalar más paneles solares, requiere una transformación profunda en la forma en que producimos, almacenamos y usamos la energía. Necesitamos una visión estratégica de largo plazo, que articule esfuerzos públicos y privados, impulse la innovación tecnológica y coloque al usuario final —personas y comunidades— en el centro de la transición.
En la cumbre presenté algunos de los aprendizajes y proyectos que hemos desarrollado en Girasolve Energy, empresa que cofundé en Nuevo León para acelerar la adopción de soluciones solares en hogares, industrias y comunidades. Desde esa experiencia, he constatado que el verdadero valor de la energía solar no se mide solo en kilowatts, sino en impactos concretos: vemos cómo una instalación fotovoltaica puede transformar el rumbo de una escuela rural sin acceso a electricidad, permitiendo que niñas y niños estudien con luz, conectividad y nuevas oportunidades.
El almacenamiento: pieza clave en los hogares mexicanos
Un reto urgente es el almacenamiento. La intermitencia de la generación solar y las limitaciones de la red eléctrica nacional nos obligan a repensar la infraestructura energética del país. En el foro compartí una imagen que resume esta visión: así como cada casa en México tiene un tinaco en la azotea para asegurar el suministro de agua, en el futuro cada hogar necesitará una batería para garantizar el uso eficiente de la energía.
Puede sonar ambicioso, pero también lo era imaginar que todos tendríamos un teléfono inteligente. La historia de la tecnología nos enseña que lo que parece improbable, pronto se vuelve indispensable.
Construir el futuro energético, entre todos
Para que esta transformación ocurra, cada actor del ecosistema energético debe asumir su responsabilidad. El gobierno, por ejemplo, debe construir condiciones habilitantes con reglas claras, incentivos bien diseñados y una estrategia para fortalecer la red eléctrica, que acompañe el crecimiento de la generación distribuida.
El sector privado debe comprometerse con modelos sostenibles, accesibles y replicables que contribuyan a cerrar brechas. Las universidades tienen que seguir formando talento técnico y profesional, pero también generar conocimiento útil para alimentar la toma de decisiones públicas y privadas. Y la ciudadanía tiene un enorme poder de incidencia al informarse, exigir políticas responsables, elegir energías limpias, puede acelerar el cambio desde lo cotidiano.
La transición energética es una responsabilidad compartida. No basta con tener sol ni con contar con tecnología, se necesita visión colectiva, voluntad para actuar y capacidad para hacerlo de manera justa, eficiente y a gran escala.
La mayor amenaza que enfrenta el planeta no es el cambio climático, sino la falsa idea de que alguien más va a encargarse de resolverlo.
El autor es cofundador y CEO de Girasolve Energy y alumno de la Maestría en Finanzas de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.
Artículo publicado originalmente en El Universal.