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Neque porro

Hace mucho tiempo que los economistas saben que, cuando la inflación es alta, las tasas de interés también son altas. Esta relación ha sido estudiada en forma abundante. Los resultados empíricos al respecto son incontrovertibles: el nexo entre las dos variables es evidente. Si se examina la trayectoria de la inflación y de la tasa de interés nominal, a lo largo de un periodo largo de tiempo, para una economía en particular, la conexión positiva es muy clara. Si se analiza el caso de muchos países, la conclusión es la misma: economías con inflación elevada tienen tasas de interés mucho más altas que las economías donde la inflación es reducida.

El caso de México es una muestra muy clara de lo anterior. La gráfica que acompaña a este texto cubre casi 30 años de la historia económica: 1990-2018. El lapso total puede dividirse en dos secciones muy distintas: en la primera, la inflación y la tasa de interés son muy altas y muy volátiles; en la segunda, que se inicia hacia 2002, y que dura hasta el presente, tanto la inflación como la tasa de interés son mucho (mucho) más bajas y más estables. Esto último ha sido el resultado obvio de una política monetaria concordante, como manda la Constitución, con el objetivo de "procurar la estabilidad del poder adquisitivo-de la moneda nacional" (Art 28). Esto se traduce, en el lenguaje de los economistas, en mantener una tasa de inflación baja. Eso es precisamente lo que ha hecho el Banco de México, fmcado en la autonomía de la que goza desde 1994.

La reducción de la inflación se ha traducido, entre otras cosas, no sólo en tasas de interés históricamente bajas, sino también en el alargamiento de los plazos del crédito otorgado y en la ampliación de su cobertura entre la población.

La teoría que explica la liga referida se atribuye a Irving Fisher, un economista estadounidense. La idea data de los años treinta del siglo pasado. El asunto es fácil de entender apelando al sentido común.

Supongamos que Usted le presta a un vecino 1,000 pesos el primero de enero, a un plazo de un año, y acuerda con él que le cobrará 5% de interés. El siguiente enero, si el vecino cumple, Usted recibirá 1,050 pesos. Si durante ese periodo no hay inflación, Usted tendrá un rendimiento positivo de 5 por ciento. Pero, ¿qué sucedería si a lo largo del ano los precios en general crecieran 10 por ciento? El buen vecino le pagaría religiosamente los 1,050 pesos acordados, pero en términos de poder adquisitivo esa cantidad valdría sólo un poco más de 950 pesos. En la transacción, Usted saldría claramente perdedor.

Con tal antecedente, el vecino querría repetir el ejercicio. Si Usted hubiera aprendido algo de lo sucedido y, dada la historia reciente, anticipara una inflación del 10%, lo lógico sería que demandara una tasa de interés de 15 por ciento. ¿Por qué? Porque Usted pretendería, por un lado, mantener el valor real de lo prestado y, además, por el otro, obtener un beneficio.

Me ocupé del concepto elemental precedente por una razón de actualidad: vuelve a circular, con aires de progresista, la noción errónea de que el banco central debe estimular el crecimiento económico creando dinero y bajando en forma artificial la tasa de interés. Y, en efecto, ese sería el efecto inmediato. Sin embargo, la expansión monetaria daría lugar sin remedio a más inflación y, más temprano que tarde, aun alza de la tasa de interés. Así pues, el resultado final sería exactamente el opuesto del intentado. Todo el ejercicio constituiría, otra vez, nada mas que una ilusión monetaria.

*Por  Everardo Elizondo, profesor de Economía EGADE Business School.

Publicado originalmente en Reforma-El Norte.

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