Riesgos externos

Todo parece indicar que la economía mexicana está preparada para resistir los choques externos

La semana pasada vivimos una nueva advertencia de lo que podría pasar con las variables financieras mexicanas, especialmente con el peso, ante la materialización de uno de los riesgos externos, que en este caso se trató de la posibilidad de que la Fed estadounidense no vaya a bajar pronto la tasa de interés de referencia.

En el lapso de pocos días, la cotización del dólar en México pasó de 16.55 pesos a 17.12 en la noche del 30 de mayo, movimiento que puso nerviosos a muchos. Igualmente, las tasas de interés nacionales se movieron en línea con las estadounidenses, sobre todo las de los bonos de 10 años, al pasar de 4.45% a 4.61% en Estados Unidos y de 9.71% a 9.83% en México.

Tales movimientos obedecieron al desvanecimiento de la posibilidad de que la Fed vaya a recortar pronto la tasa de interés de referencia, debido a que las últimas cifras económicas publicadas en ese país dan cuenta de que la economía estadounidense se encuentra más fuerte que nunca. Primero, el indicador oportuno preliminar sobre la evolución de la actividad económica durante mayo (Índice de Gerentes de Compra) aumentó, pasando de 51.3 a 54.4. Segundo, la confianza de los consumidores subió de 97.5 a 102.0 en el mismo mes. Tercero, lo mismo sucedió con las órdenes de bienes duraderos y con algunos indicadores regionales, como los de Richmond, Dallasy Texas.

A consecuencia de ello, la demanda de bonos estadounidenses bajó en la subasta primaria de valores gubernamentales de la semana pasada, empujando aún más hacia arriba las tasas de interés, lo que reforzó la aversión al riesgo que provocó una depreciación generalizada de las monedas, incluido el peso mexicano.

Como puede apreciarse, el ámbito externo es una de las principales fuentes de riesgos para la estabilidad financiera nacional. Tasas de interés altas por un tiempo prolongado en Estados Unidos afectan el comportamiento de las tasas nacionales y con ello la capacidad de pago de los deudores. Esto podría desencadenar una corrección abrupta de los precios de los activos financieros e intensificar la salida de capitales con la consiguiente depreciación del peso.

Si bien la semana pasada el susto en los mercados obedeció a la posibilidad de que el banco central estadounidense no recorte pronto su tasa de interés, existen otros factores externos que pueden elevar el riesgo y afectar de la misma forma a la estabilidad financiera interna. Entre ellos se puede mencionar el déficit fiscal estadounidense y el elevado nivel de la deuda pública con respecto al PIB, que amenaza con llevarla a un nivel insostenible en el tiempo; el riesgo político en ese país relacionado con la posibilidad de que el expresidente Donald Trump regrese a la presidencia y que desde allí pueda reforzar su política proteccionista en contra del resto del mundo y de México, en particular; y el cada vez más creciente riesgo geopolítico alimentado por el paulatino agravamiento del conflicto entre Rusia y Ucrania, el empeoramiento de la situación del enfrentamiento entre Israel y Hamas y la creciente tensión entre China y Taiwán, sin olvidar el sordo conflicto "comercial" estratégico entre China y Estados Unidos que lleva a los países relacionados a tomar partido por cualquiera de los dos bloques.

Afortunadamente, todo parece indicar que la economía mexicana está preparada para resistir esos choques. Sin lugar a duda, el tipo de cambio será la variable de ajuste ante la materialización de cualquiera de los riesgos, por lo que se espera que en tales casos se mueva rápidamente. En términos fundamentales y en condiciones normales, el tipo de cambio en México debería seguir apreciándose en vista de la sanidad de sus balances externos. Sin embargo, ante la materialización de algunos de los riesgos, es probable que se mueva abruptamente para luego regresar a la normalidad. Es obvio que la duración de la inestabilidad durará mientras dure el choque, siempre y cuando los agentes internos no se vean seriamente afectados.

El autor es profesor de Economía de EGADE Business School.

Artículo publicado originalmente en Reforma.

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