Vivimos en una época marcada por puntos de inflexión que están redefiniendo la historia de la humanidad. Es probable que los historiadores del futuro pongan especial atención a los sucesos que han contribuido a dibujar nuestra sociedad actual, como la pandemia por COVID-19, la vuelta a los conflictos bélicos o los efectos del cambio climático. Ante estos eventos, somos testigos inmediatos, las redes sociales nos permiten acceder no sólo a los hechos, sino a las experiencias que otros viven en carne propia. Sin embargo, una sociedad más conectada y afectada por la coyuntura obliga a sus miembros a enfrentarse a escenarios nunca imaginados y a formarse una actitud, postura y hasta una opinión sobre lo que otros se encuentran experimentando. Es aquí donde nuestra empatía se ve desafiada.
De manera paralela, y quizá exacerbada por el acontecer mundial, la dinámica de las relaciones interpersonales ha comenzado a cambiar. La conciencia y el respeto por las emociones ajenas son ahora necesarios para entender y aceptar que nuestros actos generan consecuencias en los otros. Así, conceptos como la responsabilidad afectiva son cada vez más populares y aceptados. En los últimos tiempos se han publicado una gran cantidad de noticias y artículos sobre la responsabilidad afectiva como una cualidad esperada en las personas, indicando que quienes no la desarrollen ponen en riesgo su capacidad de conectarse a mediano y largo plazo con otros. Un ejemplo recurrente es el caso de las aplicaciones de citas, donde las expectativas de muchas mujeres heterosexuales no coinciden con las de sus contrapartes masculinas. De acuerdo con estas notas, las mujeres valoran que los hombres estén emocionalmente disponibles y sean afectivamente responsables.
El ejemplo anterior no se limita a la dinámica de las relaciones personales amorosas. Este concepto ha llegado a ser clave en las conversaciones de los ejecutivos de RH en nuestras organizaciones, refiriéndose a la responsabilidad afectiva laboral y sus efectos en la cultura organizacional de las empresas. Hoy discutimos sobre cómo crear un ambiente en el que ser consciente de las consecuencias que nuestros actos generan en nuestros pares puede propiciar la sana comunicación y un capital emocional que permita a las y los empleados desempeñarse en un ambiente estimulante, recibiendo además un salario emocional como incentivo a sus esfuerzos.
Las nuevas generaciones de talento prefieren ingresar a compañías que comulguen con sus valores y en las que se generan climas laborales saludables, tanto en lo mental como en lo emocional. Han nacido múltiples rankings, certificaciones e incluso sitios en los que es posible valorar a las compañías de acuerdo con sus ambientes internos. Esta información guía a los nuevos profesionistas en su decisión final de aceptar una oferta laboral.
El nuevo talento entiende que el clima laboral es una responsabilidad de los directores de las compañías y que una cultura organizacional que propicia la comunicación y estimula la responsabilidad afectiva no es un resultado azaroso, sino que se construye con base en los valores que la organización quiere promover.
Ante este nuevo panorama, como líderes nuestro deber es responder a las necesidades del talento, buscando herramientas y estrategias que nos permitan estar a la altura de esta transformación social. El liderazgo femenino se ha puesto como ejemplo para responder a estas necesidades, ya que se enfoca en las personas y sus emociones, siendo clave en la construcción relaciones personales cooperativas, participativas y sustentables en el marco de la responsabilidad afectiva. Con su apertura al cambio, las mujeres líderes promueven el desarrollo de la empatía y las habilidades de comunicación, promoviendo espacios de interacción saludables.
Nuestros esfuerzos deben apuntar no solo a la fidelización del talento con el objetivo de obtener capital estratégico en nuestras organizaciones, sino precisamente a entender que nuestras decisiones como líderes tienen consecuencias en las vidas de las personas a las que lideramos. La sociedad comienza a exigir cada vez más espacios saludables en los que desenvolverse, y nuestro llamado es a proveerlos y promoverlos.
La autora es candidata a MBA por EGADE Business School, sede Guadalajara.