Enfrentar la crisis de biodiversidad global requiere mucho más que buenas intenciones; exige una reestructuración profunda de nuestros sistemas económicos para que la naturaleza se convierta en un pilar central de desarrollo. Este es precisamente el objetivo que se planteó en la XVI Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica (COP16) en Cali, Colombia: impulsar un cambio de mentalidad que permita ver la naturaleza no solo como un recurso aprovechable, sino como la base esencial de nuestro crecimiento y bienestar. La visión que se busca consolidar entiende que el desarrollo económico no puede seguir avanzando a costa de los recursos naturales. Es necesario adoptar un modelo de crecimiento que valore la biodiversidad y reconozca el impacto de nuestras actividades sobre el ecosistema.
En la COP16, líderes de todo el mundo se reunieron para discutir cómo transformar el compromiso en acción concreta. Un primer paso importante es fomentar la transparencia en la toma de decisiones empresariales y gubernamentales. Las empresas y los países participantes debatieron la necesidad de evaluar y divulgar sus impactos ambientales de manera clara y responsable. Este enfoque de “transparencia y compromiso” no solo permite que consumidores e inversionistas tomen decisiones informadas, sino que también ejerce presión sobre estas entidades para que asuman su responsabilidad en la protección de la biodiversidad. Sin embargo, la verdadera transformación solo será posible cuando se dé el salto del compromiso a la acción real.
Entre los logros de la COP16 destaca la creación del Fondo de Información de Secuenciación Digital, que exige a las empresas que utilizan recursos genéticos en productos como medicamentos y cosméticos contribuir a la conservación. Aunque este fondo representa un avance en la responsabilidad corporativa sobre el uso de recursos naturales, apenas rasga la superficie del problema. Además, se estableció un órgano permanente que da voz y voto a los pueblos indígenas y comunidades locales, quienes son los principales custodios de los ecosistemas más biodiversos y de los mayores sumideros de carbono. Este reconocimiento es vital, pero solo será efectivo si se proporciona el financiamiento y apoyo necesarios para que estas comunidades puedan llevar adelante sus tareas de conservación de forma sostenible.
Otro aspecto positivo fue el apoyo de más de 3,000 empresas, que asistieron a la COP16 para respaldar un marco de políticas ambicioso en favor de la biodiversidad. Este respaldo empresarial es crucial, pues la economía global depende directamente de los servicios que presta la naturaleza, desde la cadena de suministro hasta el turismo. Sin embargo, pese a esta demostración de apoyo, el resultado final de la COP16 muestra una preocupante distancia entre los compromisos asumidos y las acciones que se necesitan para detener la pérdida de biodiversidad.
La urgencia de cumplir los compromisos es alarmante. La meta del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal (GBF) de proteger y restaurar el 30% de la superficie terrestre y marina para 2030 parece cada vez más inalcanzable. Alcanzar este objetivo requeriría triplicar la superficie protegida en los próximos seis años, además de mejorar la gestión de las áreas ya protegidas y conectar efectivamente estos espacios. En este contexto, no basta con designar áreas protegidas; se necesita un enfoque de conservación integral que garantice la representatividad y preservación de la biodiversidad en estas zonas.
El financiamiento sigue siendo el obstáculo mayor. Aunque la mayor parte de la biodiversidad global se encuentra en países en desarrollo, los fondos prometidos por los países desarrollados en la COP16 quedaron muy por debajo de lo necesario. Se estima que para cumplir con los objetivos del GBF se requieren más de un billón de dólares anuales, mientras que actualmente se invierten apenas 200 mil millones. Esta cifra es insignificante si se compara con los 7 billones de dólares que cada año se destinan a subsidios que dañan la naturaleza, una contradicción que deja en evidencia la falta de coherencia en las políticas globales y las prioridades equivocadas.
Otro punto alarmante es la limitada adopción de planes nacionales específicos para la conservación de la biodiversidad. Hasta la fecha, menos del 15% de los 197 países que firmaron el Marco Global de Biodiversidad han presentado estrategias y planes de acción concretos para implementar sus compromisos. Esto refleja una preocupante disparidad entre los acuerdos asumidos y las medidas tangibles que se están tomando.
En el caso de los 17 países megadiversos, que albergan aproximadamente el 70% de la biodiversidad mundial, la situación no es mucho mejor. Solo cinco de estos países, entre ellos México, han integrado planes de biodiversidad en sus políticas. Esto implica que, aunque estos países poseen una porción crucial de los ecosistemas y especies del planeta, pocos han dado el paso de estructurar acciones efectivas para su conservación. Esta realidad sugiere que el compromiso con la biodiversidad, aunque se expresa en discursos y promesas, suele quedarse en el plano retórico. La falta de acción concreta pone en riesgo no solo a la biodiversidad mundial, sino también a los servicios ecosistémicos esenciales que sostienen las economías y sociedades humanas. Sin una estrategia clara y acciones definidas, los compromisos seguirán siendo insuficientes ante la magnitud de la crisis ecológica actual.
Invertir en conservación no es únicamente un tema ambiental, sino una necesidad económica y social urgente. La COP16 dejó en el aire una pregunta crítica: ¿cuánto de lo discutido se traducirá en acciones concretas? Aunque los líderes hablaron sobre la importancia de integrar la naturaleza en nuestros sistemas económicos y de avanzar hacia un modelo de crecimiento sostenible, el evento dejó la impresión de ser más un foro de promesas que de acciones sustantivas.
El desafío ahora recae en los gobiernos nacionales, que necesitan establecer planes claros para frenar la pérdida de biodiversidad y cumplir con los objetivos del GBF. La comunidad internacional no puede permitirse la inacción. La COP16 nos recuerda una lección esencial: los compromisos son relevantes, pero sin financiamiento y acciones tangibles, seguirán siendo aspiraciones vacías. Movilizar recursos de manera efectiva debe ser una prioridad urgente en la agenda global.
Aunque los logros de la COP16 en Cali son alentadores, el verdadero éxito dependerá de nuestra capacidad para transformar las promesas en acciones concretas y duraderas. De lo contrario, continuaremos asistiendo a conferencias futuras lamentando oportunidades perdidas, mientras la biodiversidad y el clima se deterioran de forma irreversible.
El autor es Director Regional de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey para CDMX y Región Centro Sur.
Artículo publicado originalmente en El Universal.