Con el fin de plantear nuevas perspectivas en el ecosistema emprendedor se comparten las siguientes reflexiones relativas al concepto de equidad de género y su impacto en las decisiones de emprendedoras y emprendedores para sumarse al esfuerzo de diseño, prácticas y medidas para el desarrollo sustentable.
Partiendo del Informe Brundtland, (1987), el desarrollo sustentable implica tener la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación actual sin comprometer la capacidad para satisfacer las necesidades de las futuras generaciones.” Por lo anterior, cuando se emprende, se debe tener muy claro que en la generación de valor los stakeholders del nuevo proyecto están más allá de los clientes y los accionistas y el reto es el desarrollo integral, considerando en cada etapa del emprendimiento a los actores sociales y ambientales en un entorno de valor compartido.
Los modelos de desarrollo económico históricamente han sido construidos androcéntricamente, excluyendo la participación de las mujeres. Actualmente el modelo de éxito del mundo occidental, y que gracias a la globalización ha permeado a todos los continentes, se basa en parámetros tales como: estatus, logros de trabajo productivo, fama, beneficios financieros, niveles de prestigio o rankings, entre otros.
Los desafíos que afronta el desarrollo sustentable son inherentes a las concepciones de éxito vigentes en el actual modelo económico dominante que antepone los deseos de satisfacer intereses personales con el máximo beneficio individual y no colectivo (Streb, 1998 y Mora, 2009). Esta concepción de éxito de carácter patriarcal es el origen de la desigualdad social y del agotamiento de los recursos, desde el momento en que son considerados como fuentes de materias primas y no como uno más de los grupos de interés del modelo de desarrollo.
Por otra parte, la concepción de éxito desde la perspectiva de las mujeres se construye a partir de parámetros sociales buscando tener un impacto positivo en el mundo, soportada por los valores de honestidad, compasión, integridad, conciliación e inclusión (Reis, S. 2010). La segregación de las mujeres en la conformación de los modelos de desarrollo ha impedido que en la metodología promovida por los ODS se cuestionen los valores androcéntricos del desarrollo sustentable. Prueba de lo anterior es que se propone para la erradicación de la pobreza la participación de los pobres en el modelo de mercado, bajo la premisa de que, al ser capaces de acceder al consumo de bienes y servicios, dejarán la condición de pobreza (ONU, 2015).
Hombres y mujeres comparten estilos de liderazgo; sin embargo, sin ser de manera absoluta los liderazgos patriarcales son los que conforman las estructuras de poder para acceder al éxito androcentrista que prioriza el beneficio económico por encima del bienestar social y ambiental. Por otra parte, los liderazgos feministas ponen mayor énfasis en la colaboración, la cooperación, la escucha, la toma de decisiones colectivas y son más horizontales (Monforte, Olascoaga, UNESCO 2019).
La diferencia entre los liderazgos de mujeres y los liderazgos feministas es que los primeros no necesariamente tienen una conciencia feminista. Los liderazgos de mujeres sin conciencia feminista ponen su liderazgo al servicio de las estructuras e instituciones que buscan el poder a partir de un modelo de competencia o de mercado. Por su parte, los liderazgos feministas promueven la autorreflexión cuestionando el status quo y dando voz a los grupos oprimidos.
Por lo anterior las mentoras y mentores ideales serán quienes congenien con el estilo de liderazgo feminista desde la perspectiva de la búsqueda de la equidad, la participación, el respeto y la mesura en el uso y beneficio de los recursos.
Publicado originalmente en El Financiero.