Hasta hace poco, las universidades tenían dos misiones esenciales: formar y generar conocimiento. Solo recientemente se ha añadido una tercera: ser agentes de cambio en el país a través de actividades de innovación y emprendimiento. Para hacer esto posible, es necesario contar con mecanismos robustos de formación, protección y explotación de la propiedad intelectual, incluyendo patentes, secretos industriales y derechos de autor.
El ranking de Innovación Global que elabora la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO, por sus siglas en inglés) sitúa a México en el lugar 56 entre 126 países analizados, siendo notable su rezago en el desarrollo de la propiedad intelectual. Si consideramos las patentes como uno de los indicadores de éxito tecnológico, nuestro país ha ocupado los niveles más bajos de patentamiento de la OCDE. Según cifras del Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual, sólo 8% de las solicitudes de patentes pertenecen a connacionales. El magro valor inventivo de estas patentes se refleja en la baja proporción –alrededor de1 de cada 10— que amplía su protección a países como Estados Unidos, Japón, Unión Europea, o con la WIPO.
Sin embargo, la aportación de las instituciones académicas es decisiva en México, ya que actualmente éstas muestran niveles de patentamiento por inventores u organizaciones radicadas en nuestro país mayores a los de la industria. Al fungir las universidades como piedra angular de la innovación en nuestro país, una política nacional en este sentido debería reforzar los vínculos entre la academia y la industria; incrementar los recursos asignados a ciencia, tecnología, e innovación; y desplegar cambios institucionales y culturales hacia la protección de la propiedad intelectual y la comercialización del conocimiento. Pero dentro del mix de soluciones, es el impulso hacia una convergencia de la ciencia la que está cobrando mayor relevancia.
La convergencia, caracterizada por el MIT como la próxima revolución de la ciencia, se define como la integración de las ciencias de la vida, las ingenierías, las ciencias físicas, la computación, así como las ciencias sociales y las humanidades para la solución de problemas y preguntas de investigación complejos. El impacto positivo de la convergencia recae principalmente en dos aspectos: por un lado, la conexión y (re)combinación de elementos múltiples y dispares –ya sean disciplinas, tecnologías o métodos— tienden a generar innovaciones más relevantes; por el otro, al encauzar un entendimiento fundamental hacia problemáticas y retos definidos, la convergencia potencia las capacidades tecnológicas y de explotación comercial del conocimiento.
Si observamos a nuestro alrededor, estas intersecciones transdisciplinarias son la esencia de muchos de los avances actuales y futuros. Dentro del campo de ciencias de la vida, algunos hot spots de convergencia son la medicina regenerativa, la biología sintética, los órganos en un chip, e imunoterapias de cáncer, entre muchos otros.
Con el propósito de fomentar la colaboración entre ingenieros, físicos, científicos, especialistas de datos e investigadores de ciencias sociales, varias universidades, principalmente en Estados Unidos, han establecido centros de investigación convergentes. Algunos ejemplos representativos son el Wyss Institute (Universidad de Harvard), Koch Institute y Media Lab (MIT), Biodesign Institute (Arizona State University), Bio-X (Universidad de Stanford), y Kilachand Center (Universidad de Boston). Diferentes estudios dan testimonio de las diferentes fórmulas de administración, investigación, generación de propiedad intelectual, colaboración y translación tecnológica en la creación de centros de investigación convergentes.
Un arquetipo de centro convergente es el Hansjörg Wyss Institute for Biologically Inspired Engineering de la Universidad de Harvard. El Wyss Institute fue creado en 2009 con la convicción de que la potenciación del impacto de avances científicos y tecnológicos sólo es posible a través de su translación fuera del laboratorio. Su diversidad disciplinaria se refleja en las plataformas que apoyan sus esfuerzos de investigación y desarrollo: tecnologías de materiales adaptivos, robots blandos bio-inspirados, microsistemas biomiméticos, imunomateriales, dispositivos de células vivas, robótica molecular, biología sintética, e ingeniería tridimensional de órganos. Dentro y entre estas plataformas, académicos, personal in situ con experiencia industrial, así como emprendedores residentes trabajan en conjunto en la generación de conocimiento, su conversión en propiedad intelectual y su explotación comercial. El éxito del modelo convergente de este instituto se refleja en las 2,046 publicaciones, 2,550 aplicaciones de patentes, 50 licenciamientos tecnológicos y la formación de 27 startups realizados hasta ahora.
En nuestro país, un ejemplo de iniciativa convergente es el plan de investigación-acción “Investigación que transforma vidas” desarrollado por el Tecnológico de Monterrey. Al combinar la integración de múltiples disciplinas con un ecosistema abierto de innovación, este programa global busca la generación de soluciones innovadoras de alto impacto en el desarrollo económico y social de México. Algunos proyectos puntuales impulsados son: exoesqueletos robotizados, regeneración celular con córneas artificiales, nanosensores, y mallas nanométricas quirúrgicas. Asimismo, dentro de la nueva visión 2030 del Tec de Monterrey, TecSalud tiene contemplado la conducción de dos iniciativas convergentes de alto impacto para la salud de los mexicanos: la secuenciación genómica de 100 mil mexicanos y el desarrollo de terapias celulares y regenerativas.
Sin duda, los centros convergentes tienen el potencial de actuar como catalizadores de cambio hacia la maximización del impacto en la sociedad de los conocimientos generados en instituciones académicas. Su impacto se intensifica al permear los efectos de la integración de expertise múltiples y la formación de redes colaborativas altamente heterogéneas a lo largo y ancho de los ecosistemas de innovación. Sin embargo, el camino hacia la convergencia no es fácil, ya que involucra un cambio paradigmático que choca directamente con la estructura organizacional tradicional en silos disciplinarios de las instituciones académicas.
Las oportunidades y necesidades de innovación de alto impacto son ilimitadas. Aquí, las instituciones académicas tienen la posibilidad de liderar el cambio hacia la convergencia como punto de partida para la explotación científica, tecnológica, y comercial de nuevos conocimientos, y, por ende, como detonantes del desarrollo económico y social de regiones y países.
EGADE Business School, a través del grupo de investigación en Innovación y Emprendimiento, ha acumulado capacidades en el entendimiento, mapeo y medición del fenómeno de convergencia y transdisciplinariedad en el contexto de nuestro país.