Coaching: de las Olimpiadas a la Educación Ejecutiva

Tanto en el contexto deportivo como en el organizacional, el coach o entrenador brinda soporte emocional y ayuda a navegar lo incontrolable

Al observar a los atletas que participaron en los recientes Juegos Olímpicos de Tokio 2020, es fácil pensar que llegaron hasta ahí —la máxima gesta deportiva— por sí solos. Que todo se debió a su excepcional talento, voluntad de acero y años de empujarse a sí mismos.

La idea es tentadora: nos cautiva culturalmente la noción del héroe o heroína que traversa en soledad su difícil jornada y finalmente, con sus propias manos, triunfa sobre un gran rival. Pero para quienes trabajamos en educación para el liderazgo, los negocios y la gestión organizacional, nada podría estar más lejos de la realidad.

En efecto, no hay un solo atleta olímpico detrás del cual no exista un entrenador, o varios, que durante años le han acompañado en su progreso, poniéndole metas, haciéndolo responsable de sus actos, ayudándole a calibrar su técnica y aprender de sus fracasos y errores, y dándole apoyo emocional cuando el cielo se oscurecía.

Tanto en el deporte como en las organizaciones, el coaching es un instrumento enormemente valioso para el crecimiento de las personas. Puedes entrenar todo lo que quieras —o tomar los cursos, lecturas, conferencias y videos instructivos que desees—, pero sin la intervención oportuna de un coach la mejoría no tenderá a ser tan rápida ni profunda. Esa es la razón por la cual las sesiones de coaching y mentoría forman parte de los programas ejecutivos de las mejores escuelas de negocios del mundo.

El coaching ejecutivo no solo ayuda a que el aprendizaje —las técnicas, herramientas y estilos— arraigue en el participante, sino también a que el coachee sepa cómo adaptar y alternar entre esos recursos según los contrincantes o circunstancias que se presentan.

Justo como sucede en una contienda olímpica: ¿hay que salir fuerte o mejor esperarse a la segunda mitad de la carrera? ¿Será mejor adherirse al competidor en la delantera, presionándolo para que se agote y así finalmente rebasarlo? ¿Cómo adaptarse mejor y más rápido a los imprevistos del entorno?

En pocos deportes olímpicos lo anterior se ve tan claro como el remo, que se realiza a merced de vientos y corrientes cambiantes, o el surf —uno de los nuevos deportes olímpicos, junto con karate, skateboarding y escalada—, donde las olas y condiciones del mar son caprichosas. La analogía con el mundo empresarial, que igualmente transcurre en la turbulencia de los mercados, nuevas tecnologías y competidores, es imposible de ignorar.

En ambos contextos —el deportivo y el organizacional— un entrenador brinda soporte emocional y ayuda a navegar lo incontrolable. Él o ella busca que el coachee adquiera nuevos hábitos y transforme su comportamiento. Si se dispone de autoanálisis o assessments (como, en efecto, los hay muchos en las empresas), el coach se asegurará de que el ejecutivo entienda y asimile los resultados de las pruebas, sin importar qué tan incómodo resulte.

Más aún, un coach ayuda a entender cómo conectar una determinada capacitación con un plan de desarrollo personal más grande, que puede o no incluir varios programas, clases y experiencias de crecimiento directivo.

Y todo lo anterior en aras, más que del triunfo individual, del éxito de la organización entera; como también podría ser del sector, el país o el mundo. El coaching ejecutivo te lleva a cultivar un sentimiento de amor por el oficio y respeto por el contrincante, como los entrenadores y atletas olímpicos también terminan por amar profundamente a su deporte y respetar —a menudo incluso admirar— a sus adversarios. La educación ejecutiva de calidad busca todo esto y más.

Por último, el coaching ejecutivo, como el deportivo, entiende que lo más importante no es el resultado, sino el procedimiento. Por eso, aun si no consigues la medalla de oro, plata o bronce, la experiencia será enriquecedora: te ayudará a seguir mejorando... rumbo a la siguiente olimpiada.

El autor es director de EGADE Business School sede Ciudad de México.

Artículo publicado originalmente en Expansión.

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