Lenguaje y cultura, imperativos estratégicos en la era IA

El proceso de innovación requiere de la socialización entre los colaboradores y un alto intercambio de conocimiento tácito

Hoy en día, con la incorporación de la Inteligencia Artificial (IA) en las organizaciones y dada la eficiencia que presenta, estamos despersonalizando situaciones significativas de la vida laboral. La IA nos permite redactar rápidamente una variedad de documentos, desde discursos de bienvenida, reconocimientos por antigüedad, hasta cartas de renuncia.

Los valores personales y organizacionales, los cuales reflejan nuestra identidad y que suelen estar incorporados en este tipo de documentos o discursos, pareciera que han dejado de ser relevantes. Pero ¿podemos permitirnos hacer lo mismo con iniciativas estratégicas?

Dado el potencial de la IA para asumir tareas “humanas”, debemos considerar si la IA puede desempeñar un papel en un proceso crítico para la supervivencia y la ventaja competitiva de una empresa, como lo es la innovación.

De acuerdo con un estudio de Gallup, realizado en Estados Unidos a cerca de 19 000 colaboradores, el uso de la IA se centra en realizar tareas rutinarias (40%), aprender cosas nuevas (30%) e identificar problemas (25%).

Solo el 11 % utiliza la IA para colaborar con sus compañeros de trabajo en situaciones de alta carga laboral. El proceso de innovación requiere de la socialización entre los colaboradores y un alto intercambio de conocimiento tácito. Ambos procesos incorporan valores, rituales, símbolos y percepciones cognitivas que definen cómo una organización se conduce en la búsqueda de su razón de ser.

Por tanto, la cultura y el lenguaje organizacional se vuelven críticos en esta era de IA para conectar, crear e innovar. Las empresas reconocidas por su capacidad para crear y comercializar nuevas tecnologías, frecuentemente, enfatizan la relevancia de su cultura. Ejemplos destacados son Apple, 3M y Google.

Apple ofrece a su personal la oportunidad de crear tecnología innovadora; 3M destaca en sus valores ser una empresa basada en la investigación y el desarrollo, y Google celebra la individualidad y la libertad de sus colaboradores.

Por su parte, el lenguaje es la base de todas las estructuras culturales y el principal canal de comunicación dentro de cualquier institución. La comunicación es el proceso básico a través del cual las personas forman percepciones de los demás, construyen y mantienen relaciones sociales y logran resultados de forma colaborativa.

Nuestro yo social está moldeado por el lenguaje que utilizamos y, en este sentido, la adopción de la IA podría perjudicar la forma de trabajar como colectivo en el intercambio de conocimientos, ya que implica un proceso que abarca emociones y percepciones cognitivas en un formato no codificable.

Así que el lenguaje es un elemento organizacional clave, es el mejor espejo de la mente humana; sin el lenguaje ninguna de las funciones cognitivas superiores (memoria, juicio, razonamiento) sería posible ya que tiene una conexión interna con el pensamiento.

La IA debería ser “menos artificial” y más humana, conceptualizando el papel de estas nuevas tecnologías en las relaciones sociales. Reestablecer la “dimensión humana” implica que la IA debe apoyar a los colaboradores a liberarse de rutinas operativas para concentrarse en actividades con un alto contenido tácito que permitan conectar e innovar, como lo son la creatividad y la socialización.

En un entorno cambiante, en el que los avances tecnológicos llegan, algunos permanecen y otros se vuelven obsoletos en el corto plazo, las organizaciones deben reforzar aquello que les ha dado singularidad y unicidad: su cultura y lenguaje.

Estos elementos se han construido a lo largo de años, de generaciones y, al estar incorporados en sus rutinas, también pueden ser considerados diferenciadores estratégicos.

Reflexionemos sobre el balance que deseamos tener, entre preservar la dimensión humana y la dimensión tecnológica, en un mundo cada vez más inteligentemente artificial.
 

La autora es decana asociada académica de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey y profesora investigadora en estrategia empresarial, gestión de conocimiento e innovación.

Artículo publicado originalmente en El Financiero.

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