Un adulto toma en promedio entre 33 y 35 mil decisiones al día, de acuerdo con la Universidad de Harvard. Este cálculo incluye desde decisiones simples, inconscientes y automáticas, hasta decisiones más complejas, conscientes y que requieren un análisis holístico.
El campo de estudio del pensamiento estratégico y la toma de decisiones estratégicas se popularizó en el creciente entorno competitivo de los años 1950 y 1960; los cuadros directivos de diversas organizaciones se empezaron a interesar en la evolución de esta disciplina, que continúa adaptándose en búsqueda de su vigencia en la era de la inteligencia artificial (IA).
En la actualidad, el entorno competitivo ha ganado dinamismo, producto de una mayor capacidad de relocalizar producciones, a pesar de los recientes condicionantes geopolíticos proteccionistas y la volatilidad en los mercados.
Igualmente, los avances tecnológicos han jugado un papel protagónico en la explosión de opciones y preferencias para y por parte de los consumidores, una ecuación que, sin duda, se vuelve más compleja para quienes toman decisiones considerando todas las aristas.
Ante estos retos, vuelve a cobrar relevancia el pensamiento estratégico (strategic thinking). Conscientes de la creciente incertidumbre y de que la toma de decisiones debe abarcar periodos de corto, mediano y largo plazo, es necesario armonizar múltiples condiciones internas y externas para lograr los objetivos propuestos.
Por un lado, esto exige alinear factores dentro y fuera de la organización; por otro, implica profundizar en la evaluación crítica, informada, objetiva, y, sobre todo, holística de un entorno marcado por matices y dinámicas complejas.
Para ello, se requiere un análisis más profundo de todas las condiciones y causas –tanto visibles, posibles y tangibles como aquellas menos evidentes—, y es aquí donde entra en escena el pensamiento profundo (deep thinking).
Por ejemplo, empresas como Amazon usan la técnica working backwards (método de trabajo hacia atrás o en reversa) que consiste precisamente en visualizar el objetivo final para posteriormente planificar y estructurar todo lo que se requiera para que dicho objetivo sea logrado. Toyota emplea su famosa técnica de “los 5 porqués” (the 5 Whys), que consiste en profundizar en el análisis de una situación preguntando repetidamente por qué ocurrió. A cada respuesta se le formula nuevamente la pregunta “¿por qué?”, hasta en cinco ocasiones, lo que permite identificar las causas raíz del problema y, con ello, encontrar soluciones más precisas y efectivas.
De manera paralela, la IA está experimentando un alto dinamismo y evolución, volviéndose cada vez es más accesible y adoptada, entre otras cosas, como un copiloto para generar mayor conocimiento y fortalecer las capacidades de las organizaciones.
En muchos momentos, he tenido la oportunidad de mostrar cómo el análisis de correlaciones, patrones y tendencias puede marcar una gran diferencia al aportar objetividad y evidencia a la toma de decisiones. Es precisamente ahí donde el uso de la IA adquiere una relevancia crucial, ya que permite analizar grandes volúmenes de datos y detectar correlaciones, patrones y tendencias que, usando otras herramientas, podrían pasar desapercibidos.
La IA puede potenciar el pensamiento estratégico con una visión de mucho mayor espectro y alcance. Además, ofrece la posibilidad también de analizar distintos tipos de datos –estructurados y no estructurados, cada vez más comunes—, extrayendo información valiosa que facilita la construcción de diversos escenarios y la realización de pruebas y predicciones dentro de ellos.
Lo más relevante es que las herramientas de IA permiten construir un puente sólido hacia un pensamiento profundo y estratégico que no sólo mejora, sino que eleva la toma de decisiones a nivel superior, con una capacidad de ejecución más robusta. Esto subraya tanto el reto como la oportunidad de operar en un entorno cada vez más dinámico y complejo, en un mundo que desde hace años se denomina VICA (volátil, incierto, complejo y ambiguo).
Sin duda, la IA ha demostrado –y seguirá demostrando— su alto valor e impacto, pero no debemos pasar por alto otras tecnologías como el Internet de las Cosas (IoT), que también ofrece la posibilidad de generar datos en tiempo real desde fuentes tan diversas como el comportamiento del consumidor en sitio y momento, o el funcionamiento y desempeño de maquinaria, entre muchos otros casos. Todo esto, en conjunto con la IA, amplía no sólo la capacidad de visión, sino también de ejecución, permitiéndonos transitar del “yo creo” al “es” y, finalmente, al “actuar” con un alto impacto.
El autor es director de EGADE Business School Guadalajara.
Artículo publicado originalmente en Alto Nivel.