El éxito de las organizaciones hoy en día está fundamentado en la innovación. Tener nuevos modelos de negocio, proveer de nuevos productos y servicios o innovar para mejorar la experiencia del cliente es indispensable para crear valor. Pero asumir esta innovación implica aceptar muchas veces el fracaso. Como líderes emprendedores, debemos aceptar ambos lados.
Fracaso es una palabra con una connotación muy negativa, como si obtenerlo fuera el fin del mundo. Pero, en realidad, el fracaso es sólo la terminación de una iniciativa que no ha cumplido sus objetivos. Se trata de probar una hipótesis y validar que no era la correcta. Si el fracaso se ve como un proceso, entonces se vuelve más fácil aceptar la noción de que el fracaso significa aprender continuamente.
"La manera más rápida de tener éxito", dijo una vez Thomas Watson, Sr., de IBM, "es duplicar la tasa de fallas". En los últimos años, cada vez más ejecutivos han adoptado este punto de vista, llegando a comprender lo que los innovadores siempre han sabido: que el fracaso es un requisito previo para la innovación. Una empresa no puede desarrollar un proyecto innovador si no está dispuesta a fomentar la toma de riesgos y aprender de los errores posteriores.
De hecho, si consideramos que más del 70% de los proyectos de innovación fracasan, resulta clave no solo valorarlo como una oportunidad de aprendizaje, sino que manejarlo de forma estratégica mediante el desarrollo de una cultura dentro de la organización que permita capitalizar el fracaso. Una cultura de fracaso en la innovación es importante para poner a prueba ideas que, aunque no parezcan muy probables al principio, siguen siendo viables. El fracaso es necesario para crear lo improbable, si no intentas algo improbable, nunca lo harás.
La cultura del fracaso es una donde el error se percibe como una parte inherente del proceso de desarrollo, lo contrario a ello es una cultura que se basa en señalar públicamente a los responsables de los fracasos. Y esto es lo que sucede en una cultura como la nuestra, ya que estamos acostumbrados a castigar al que ha fallado y le decimos que deje de intentarlo, que él no es bueno para ello. Vemos que alguien inicia un proyecto de innovación o una empresa y no lo logra, entonces asumimos que, porque falló en su primer intento, entonces ya no debería continuar intentándolo.
Una organización que posee una cultura abierta al fracaso cuestiona constantemente la forma en que siempre se han hecho las cosas. Es necesario, mediante la gestión estratégica del fracaso, influir en comportamientos innovadores gestionando correctamente el fracaso para que toda la organización piense en propuestas innovadoras.
En estas organizaciones no se tiene miedo de hablar de fallas siempre que se presente la oportunidad. Desde el CEO, que comparte las fallas que eventualmente terminaron dando forma a la organización actual, hasta un equipo de administración y sus subordinados directos que están listos para hablar abiertamente sobre lo que no funciona y encontrar soluciones juntos. Solo al empoderar continuamente a su gente y crear un entorno de seguridad psicológica que acepte el fracaso, puede convertirse en una parte real de la cultura empresarial.
La gestión estratégica del fracaso es necesaria para poder innovar en las organizaciones, permite adaptarnos a un entorno cada vez más cambiante y, sobre todo, aprender de los errores cometidos estableciendo un entorno de mejora continua y desarrollando las habilidades de nuestros colaboradores. No tiene sentido buscar la innovación castigando duramente a quien fracasa. No tiene sentido censurar al que no acierta con una propuesta innovadora.
Si queremos impulsar la innovación, también debemos estar abiertos a cometer errores. En última instancia, los errores también pueden interpretarse como ideas, algunas de las cuales funcionan mejor, y otras no tanto. Es importante que las empresas reconozcan los fracasos cometidos, aprendan de ellos y abran nuevos caminos a la innovación. Para ello, deben crearse las condiciones de cultura organizacional adecuadas dentro de la empresa, de modo que el fracaso sea simplemente un éxito, sin que se le excluya por ello.
El autor es director del Departamento de Estrategia y Liderazgo de EGADE Business School.
Artículo publicado originalmente en Forbes México.