La revolución tecnológica nos ha venido presentando, en todos los ámbitos, un entorno caracterizado por la incertidumbre y la ambigüedad. A este entorno pudiéramos sumarle, sin ningún esfuerzo, las condiciones puntuales en las que nos encontramos como país y como ciudadanos. Como respuesta a lo que vemos e interpretamos en el entorno y que experimentamos como real, algunas empresas más avanzadas ya han desarrollado estrategias a través de las cuales buscan adaptarse, salir adelante, y ser exitosas.
Es común escuchar que el intraemprendimiento, la agilidad, y la resiliencia, son capacidades altamente deseables para la supervivencia de las organizaciones. Estas capacidades son reconocidas como soluciones, al menos en cierta medida, a los retos percibidos que enfrentan. Pero, si las soluciones conceptuales ya son conocidas, entonces ¿qué detiene a muchas empresas para ponerlas en marcha?
La respuesta es multifactorial. Sin embargo, centrémonos en el elemento crítico: el líder. A lo largo de la historia la figura del líder ha demostrado su relevancia para la vida, no solo de las organizaciones, sino también de civilizaciones enteras. En entornos como los que hoy transitamos, el rol del líder se intensifica y su influencia se multiplica. Sus colaboradores lo observan con detenimiento, constantemente esperan con ilusión sus palabras y acciones, anticipan sus sentimientos, y su visión. En particular, sus colaboradores más jóvenes esperan de él inspiración y guía.
El rol del líder pareciera más relevante hoy que en el pasado. Pareciera que para cumplir con estas expectativas la tarea de líder tendría que estar asignada a un súper-hombre, pero en realidad no es así.
El liderazgo en las organizaciones está en manos de seres humanos
Seres que también experimentan modelos de colaboración de mayor complejidad, procesos más rigurosos de control, más y mejores expectativas de resultados con menos recursos e inversión, requisitos interminables de compliance, requerimientos más sofisticados de gestión, y una mayor diversidad y dispersión de equipos y colaboradores.
Bajo estas complejas condiciones, es simplemente esperado que el líder se cuestione el propósito y sentido de su rol, experimente la ansiedad que genera la ambigüedad y la incertidumbre, y se encuentre frecuentemente en conflicto destructivo, en ocasiones generado por él mismo. Afortunadamente, el líder tiene la solución o al menos la posibilidad de reconciliarse con aquello que experimenta como real.
Pudiera decidir el propósito y sentido de su rol, conciliando sus valores con los de la organización que dirige. Pudiera decidir abrazar la ambigüedad y la incertidumbre como oportunidades de crecimiento e innovación al tiempo que se desaferra de lo que conoce y cree que quiere. Pudiera decidir que se genere conflicto constructivo, sustentado en el respeto y en la honestidad. En fin, pudiera decidir reconocer que la ansiedad es parte de su vida y que solo dándole la bienvenida podrá transformarla en algo valioso.
Desde este ser decidido, podrá acercarse a sus colaboradores con toda su fragilidad humana pero también con toda la virtud del líder que ha decidido abrazar el momento actual para tomarlo y transformarlo en lo mejor posible para todo su entrono.
Éste es el líder que se da permiso de cambiar, abrazar las iniciativas propias y de sus colaboradores, implantar hoy las competencias útiles para adaptarse a la incertidumbre y la ambigüedad, y desarrollar las que serán útiles mañana.
Pero, ¿dónde se encuentra a este líder? Este líder no sólo se encuentra en el equipo directivo, está latente y en potencia, en cada uno de los miembros que conforman la organización. Todos los colaboradores de la organización están llamados a liderar y a sumarse como líderes colaborativos a otros líderes.
En esto, experimentando la tercera forma de adaptación al estrés, la fraternidad, reconociendo el misterio de la naturaleza relacional del ser humano, dentro y fuera de la organización.