Durante las últimas décadas, la globalización ha impulsado a las empresas a diseñar e implementar estrategias de negocio destinadas a aprovechar la competitividad de cada región, ajustando y adaptando el valor de sus cadenas de suministro a nivel productivo, comercial y de inversión. Las cadenas de valor globales, sin duda, tomaron años en ser lo suficientemente flexibles para responder rápidamente a los cambios tecnológicos y las tendencias de consumo, así como a las regulaciones y los ciclos financieros, entre otros factores económicos globales.
Sin embargo, esta situación parece enfrentar desafíos provenientes del ámbito político y de posturas antiglobalización en varios países, incluyendo Estados Unidos y Reino Unido. La cuestión es cómo van a influir estos movimientos políticos y gobiernos en la competitividad de la cadena de valor global. ¿Qué puede significar en términos de cambios regulatorios, de los beneficios derivados de los acuerdos comerciales y la inversión extranjera directa, de los tratados de doble imposición, de la protección de los derechos de propiedad, de las regulaciones medioambientales o de las normas de calidad, entre otros factores que hoy hacen viable tanto la producción como el consumo?
El futuro de la globalización (o la antiglobalización) depende de factores diversos. Algunos de ellos tienen que ver con la visión política y económica de la nueva generación de líderes y gobiernos sobre la profundidad e intensidad de los cambios comerciales y regulatorios, sobre todo en materias como inversión extranjera directa, nuevos esquemas impositivos, normas de origen en los acuerdos comerciales y reglamentos logísticos; pero también en otras cuestiones que, aunque no estén relacionadas con el comercio, los gobiernos pueden acabar vinculando, como inmigración, seguridad, fronteras y procesos democráticos.
¿Cómo afectará este nuevo status quo a un país dependiente del comercio como México? Depende de la rapidez con que los gobiernos y las empresas lleguen a comprender la situación y los cambios que acarrea, de su capacidad para cambiar sus cadenas de valor globales en pos de la competitividad y de su habilidad para negociar o renegociar las normativas comerciales con sus potenciales socios. No olvidemos que los cambios en la oferta global no surgen de un día para otro: pueden pasar años antes que una empresa haya reconfigurado su cadena de suministros, los procesos de fabricación, la planificación logística, etc.
No hay tiempo que perder. Los líderes empresariales, tanto de empresas multinacionales como nacionales, deben estar preparados para entender y evaluar el entorno empresarial, prever los posibles cambios, valorar los retos y medir el impacto económico. Deben ser capaces de adaptar su gestión y restructurar sus organizaciones, ser negociadores asertivos con gobiernos, proveedores y clientes, y evaluar y diseñar nuevos enfoques para sus procesos, productos y servicios al cliente.
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